Venía cargada de cierta polémica la visita de musicAeterna a Madrid. Alrededor de la semana previa al concierto diversos medios comunicaban que una orquesta rusa actuaría en España desde el inicio de la guerra de Ucrania; de hecho, se anunciaba que se trataba de una orquesta que mantenía lazos con el Kremlin. El núcleo del problema residía en que esta formación está patrocinada por un banco cercano al régimen de Putin, que a su vez ha recibido una notoria sanción por parte de la Unión Europea. No es menor problema que los conciertos programados por esta orquesta en Francia y en Alemania hayan sido cancelados, al considerarse que hay algunos claroscuros respecto a sus vínculos con el régimen invasor. En cualquier caso, e independientemente de criterios sobre si la orquesta debería o no pronunciarse sobre el asunto, hay que señalar que ésta no ha sido sancionada por la Unión Europea.
El programa que traía tampoco estaba exento de conflictos, toda vez que incluía la obra Metamorfosis de Richard Strauss, un compositor sobre el que planea también la sombra de la sospecha por sus cercanías, forzadas o no, con el régimen de Hitler. La pieza, compuesta para veintitrés instrumentistas de cuerda, surge ante la profunda impresión del compositor por el bombardeo y la destrucción del Teatro Nacional de Múnich, en octubre de 1943. Son sus referentes Goethe, y Beethoven, cuya "Marcha fúnebre", la que figura en la Tercera sinfonía, viene a citar Strauss en su partitura.
Historias al margen, el caso es que esta primera parte del concierto resultó particularmente aburrida, toda vez que los tempi se moldearon casi siempre en la mayor lentitud, y el sonido apenas llegó a causar un impacto significativo. Hubo, en el descanso, quien se preguntaba por qué razón una orquesta de tantos efectivos y notoria cohesión sonora, traía al escenario una pieza tan sumamente comedida, y aún había alguno que se quejaba diciendo que hay que tener en cuenta, a la hora de programar este tipo de obras, que la gente ha madrugado mucho. Por lo demás, hay que reconocer una afinación impecable y un sonido cálido y homogéneo; pero ni siquiera estas cualidades lograron convencer en una interpretación cuyos fraseos se perdían en la divagación.
Cosa bien distinta aconteció tras el descanso, que por lo visto le vino bien a todo el mundo. La cantidad de músicos sobre el escenario y el ejército de metal y percusión que se observaba en la retaguardia puso de mejor talante al respetable, y seguramente a los propios músicos, que se comunicaban alegre y decididamente antes de la irrupción de Currentzis. Sin duda la interpretación de esta Sinfonía Patética de Chaikovski quedará en el recuerdo de quienes asistimos, no solo por la inmensa labor de orquestación del genial compositor, sino por la maestría del director griego. Tratándose de una obra en la que el elemento solista resulta fundamental –ahí queda el brillante inicio del solista de fagot– nos resultó destacable el equilibrio entre la libertad otorgada a los músicos para ejercer su visión particular del conflicto musical, y la obligada unificación de criterios en una solemne e impresionante visión sinfónica. En este último enfoque destacó, sin duda, la potencia y la solvencia de un sonido impresionante y, por supuesto, la maestría con que se resolvieron los problemas rítmicos y contrapuntísticos que tienen en el Allegro Molto Vivace sus mayores desafíos.