Tan sólo tres acordes bastaron para que Teodor Currentzis y musicAeterna atraparan al público en su primera visita al Palau de la Música de València. Sin apenas dejar que se apagaran los aplausos que les daban la bienvenida, arrancó la llamada que inicia la obertura de La forza del destino. Una excitante descarga eléctrica que no cesó hasta que concluyó el concierto.
Partamos de que a Currentzis lo que menos le importa es la corrección. Con sus corpografías, libres y en ocasiones bellísimas, convertidas en dúctiles y plásticos gestos sonoros por los músicos, se apodera del relato, sea cual sea la partitura. Al mismo tiempo, fuerza todo lo que puede los parámetros musicales: a veces, los tempi resultan vertiginosos, el fraseo exagerado y la sonoridad del instrumento extremada, pero, no por ello pierde la nobleza en los enérgicos fortísimos que llega a alcanzar, ni deja de ser sutil en los pianísimos que también sabe hacer. Lógicamente, el director se sirve de unos músicos formidables. En sus proyectos sólo caben los virtuosos que saben sacar mil y un color a sus instrumentos, tanto a solo como en conjunto. Así, en el Andantino de la obertura, flauta, oboe y clarinete fueron uno, de tan afinados y empastados como estaban. La consecuente aparición de los violines nació velada, como cuando miras a través de un visillo, y concluyó candente. El colofón lo pusieron unos metales compactos y teatrales en grado sumo.
En otra dirección, las Variaciones sobre un tema rococó resultaron doblemente contrastantes. En primer lugar, su amabilidad confrontó con la garra de la página verdiana. En el plano interno, el marcado carácter ruso del motivo de las maderas que aparecen en todas las variaciones —síncopas de los fagotes en especial— sirvió de contrapeso al lirismo de la parte solista, quitando el exceso de almíbar que contiene este guiño a lo galante. Incluso a la variación cuarta, Miriam Prandi, la solista, le aplicó un puntito de ironía que vino bien. Prandi lució un sonido bonito, de graves anchos, nobles y corpóreos, y agudos plenos y afinadísimos. Al acabar, la solista regaló dos piezas breves que no reconocimos, de delicada y concentrada expresión. Una de ellas la acompañó del canto.