Siempre que voy a conciertos de este tipo me pregunto a mí mismo: "¿por qué? ¿No tengo ya en casa la versión del Mendelssohn de Anne-Sophie Mutter que tanto me gusta y el vinilo de la 9ª de Beethoven dirigida por Karajan en 1977?" Pero cuando finalmente entro en el Auditorio Nacional, se apagan los aplausos que reciben al director y al solista, y el silencio que se crea en el enorme auditorio repleto de gente un instante antes de que la música comience a sonar hace que se me erice el vello ante la emoción de las notas que sé que voy a escuchar inmediatamente, lo recuerdo: "ah, sí, por esto". Y es que, aunque las grabaciones históricas remasterizadas sean brillantes, nunca se acercarán a la emoción que siente uno cuando asiste a escuchar música en directo.
Pero, además, el programa en sí, ya era emocionante. Obras que todos hemos tarareado cientos de veces, pero que no nos cansamos de escuchar. ¿Por qué? Fácil. El secreto de los intérpretes –que cuando las obras se estrenaban como churros pertenecía a los compositores– es romper con las expectativas del espectador. Ray Chen es conocedor de este secreto, como violinista de referencia que es, y lo utiliza. De tal forma que alarga una décima de segundo la tercera nota del tema principal o se recrea un poco más en la bajada y, al que ha escuchado cien mil veces la versión de Mutter, le parece que este joven intérprete está llevando a cabo la Revolución francesa del violín.
Tal vez haya a quien le parezca que estoy exagerando, pero son estos pequeños detalles los que separan a un gran intérprete –el que da todas las notas afinadas y en su sitio– y un gran artista. Ray Chen es ambas cosas y lo demostró de forma excepcional en la cadenza del primer movimiento: la precisión, que era de esperar, fue absoluta incluso en las notas más agudas y, además, añadió toda una paleta de matices dentro de la delicadeza que dominó esta parte del concierto. También estuvo muy presente el silencio, en el que Chen no tuvo miedo de recrearse. Cuando abordó el tema rítmico que marca el final de la cadenza, lo hizo de una forma magistral y tras un accelerando poco a poco marcó la entrada a la orquesta que reinterpretaba el tema principal del primer movimiento. La Orquesta de Cadaqués estuvo a la altura del solista y entre violinista y director hubo constantemente contacto visual que se tradujo en un concierto en el que cada implicado sabía cuándo debía dominar.
De este modo, en el segundo movimiento, el violín contó con una delicada base armónica sobre la que construir las suaves melodías en una explosión de expresividad, mientras que la orquesta supo estar muy presente en los tutti con un sonido que llenó la sala. En este aspecto destacó la sección grave de la orquesta de cuerdas que estuvieron en todo momento coordinados. En el tercer movimiento Chen volvió a sobresalir. Este movimiento, que destaca por ser el que más notas tiene para el solista, resultó ser una grata sorpresa al escoger una interpretación con variaciones en las dinámicas que hicieron que ninguna de las repeticiones del tema sonase dos veces igual. Como despedida, Ray Chen interpretó el vigesimoprimer capricho de Paganini, en el cual se recreó en dobles cuerdas, acordes arpegiados y escalas descendentes en stacatto en las que destacó por la naturalidad y soltura con las que interpretó los rápidos pasajes virtuosísticos.