“La música es una síntesis de procesos cognitivos presentes en la cultura y el cuerpo humano: las formas que adopta y los efectos que produce en la gente son generados por las experiencias sociales de cuerpos humanos en diferentes medios culturales. Dado que la música es sonido humanamente organizado, expresa aspectos de la experiencia de los individuos en sociedad”-John Blacking, ¿Hay música en el hombre?
Es pertinente comenzar con la obra clásica de Blacking -y, concretamente, con el capítulo cuarto, “Humanidad sonoramente organizada”, en el que el antropólogo británico reflexiona a propósito de las relaciones entre la organización musical y la organización social-, toda vez que asimilemos la propuesta del concierto de anoche -así, al menos, lo haremos aquí- a la manera de un recorrido transversal y cronológicamente inverso por tres circunstancias, si se admite la expresión, músico-sociales tan paradigmáticas como contrastadas. Por otra parte, pero engarzando con lo primero y en un ejercicio que, no poco preocupado con la naturaleza lábil de su objeto de estudio, trata de precisar en mayor medida el enfoque concentrándose en aspectos igualmente o más problemáticos que son subsumidos por aquel, conviene preguntarse acerca de lo que ha dado en llamarse, siquiera atendiendo a la sanción académica, el “orden acompasado en la sucesión o acaecimiento de las cosas”. Es decir: el ritmo.
Así transparece en el empleo que palpita y atraviesa Elephant Skin, de Jesús Rueda, el Concierto para violonchelo y orquesta núm. 1, de Martinů, y la Sinfonía núm. 5, de Tchaikovsky, conformando un crisol estimulante y variado, que aboca al intérprete a una atención y versatilidad extremas. Este era el reto -no únicamente, pero sí fundamental- que acometían Lintu y su Orquesta Sinfónica de la Radio Finlandesa, en colaboración con, sin duda, una de las mejores chelistas de los últimos tiempos: Sol Gabetta. Pues bien, los resultados no defraudaron el llamado.
La creación de Rueda, enmarcada en -pero no constreñida a, como acierta a señalar González Lapuente en sus notas- la sexta edición del Concurso Internacional de Dirección de Orquesta de Cadaqués, nos permitió asistir a un cóctel de texturas radicadas en el ritmo -la referencia a Stravinsky es obligada-, que fue notablemente resuelta por la OSRF -la orientación predominantemente contemporánea del conjunto lo acreditan como lector idóneo-. Destacó el impulso y la tensión edificada sobre violines, violas y madera, así como el papel protagonista de la sección de contrabajos, en herencia, esta vez, del célebre retrato que Saint-Saëns ofreció al paquidermo en su Carnaval de los animales.