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Arcadi Volodos: un gran sabio del piano actual

Por , 05 junio 2025

Puede que sean los pequeños gestos como una silla normal con respaldo en vez de la canónica banqueta, su afable serenidad, la aparente relajación frente al piano, el gesto casi siempre distendido, lo que denote el grado óptimo de madurez alcanzado en un artista. En el caso de Volodos nos tiene acostumbrados a un nivel excelente, representando una voz personal y reconocible, y además impacta por la facilidad con la que lleva a cabo sus recitales: no hay histrionismo, ni obsesión mediática, al contrario, Arcadi Volodos parece un viejo conocido que de repente se pone a tocar el piano como quien no quiere la cosa, y entonces da comienzo la magia de la música tout court.

Arcadi Volodos en el Auditorio Nacional
© Impacta

La primera parte estaba ocupada por la Sonata núm. 20 en la mayor, D.959, de Schubert. Se trató de una interpretación de gran dominio y expresividad: el primer movimiento fue correcto, aun con algo de abuso en el pedal, más dedicado a exponer el material que a dejar la huella en él, pero ya pudimos apreciar la tímbrica bien cuidada, la articulación de una amplia gama de dinámicas y la nitidez estructural. Pero sin duda fue el segundo movimiento que llevó la interpretación a un nivel trascendental. Un lirismo lunar, jugado sobre las pausas, sobre una paleta de colores que si fuera pintura sería una acuarela tan viva como ligera. Cada nota contenía una intención, un recorrido propio. Y así sucedió también en el tercer movimiento, rehuyendo de toda pesadumbre, pero con un poso de inocente melancolía que traspiraba de la digitación ágil, aparentemente ingenua. El Rondo mostró como Volodos no es solo un pianista introspectivo porque plasmó al contrario un sonido robusto, armando una dialéctica compacta entre las voces, resaltando esa peculiar escritura contrapuntística del último Schubert, cerrando una obra en la que el pianista ruso supo conjugar con gran maestría la cuerda emotiva con el despliegue intelectual. 

La segunda parte comenzó con las Davidsbündlertanze, op. 6, de Schumann, un conjunto de piezas donde la doblez de Florestan y Eusebius está presente incluso en los subtítulos de las piezas. Volodos brindó una lectura omnicomprensiva, capaz de aunar las dos personalidades: brillante y vigoroso en las endiabladas figuraciones rítmicas de Florestan, pulcro en la organización del material no siempre fácil de trazar a lo largo del recorrido, y simplemente antológico en las piezas meditativas de Eusebius. Con este broche final fue envolviendo al público a base de filigranas, detalles tímbricos y dinámicos, hasta alcanzar una tensión difícilmente conseguible con un discurso tan sobrio y genuino, pero que construyó a través de recursos como un uso del pedal muy consciente con el que contribuía a un juego de resonancias magistral o bien, una vez más, el uso de las pausas, aprovechadas para dar sentido y ritmo interno a las piezas. Remataba el programa la Rapsodia núm. 13 de Liszt, en el arreglo del propio Volodos, para llevar el virtuosismo al paroxismo, aunque es cierto que después del recogimiento schumanniano, los impecables destellos a lo largo del teclado se antojan algo vacuos a pesar de la irreprochable ejecución y la pasmosa tranquilidad con la que acomete la pieza. 

Concluyó Volodos con cuatro propinas: desde el Brahms absolutamente conmovedor del opus 117, la elegancia del Schubert de los Momentos musicales, el virtuosismo arrollador de la Malagueña de Lecuona o la melancolía de Mompou. Un microcosmos resumido en unos encores que encumbraron aun más si cabe al pianista ruso, ovacionado hasta el frenesí por la sala principal del Auditorio Nacional.

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Sobre nuestra calificación
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“una paleta de colores que si fuera pintura sería una acuarela tan viva como ligera”
Crítica hecha desde Auditorio Nacional de Música, Madrid el 4 junio 2025
Schubert, Sonata para piano núm. 20 en la mayor, D. 959
Schumann, Davidsbündlertänze, Op.6
Liszt, Rapsodia húngara núm. 13 en la menor, S 244/13
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