Siempre reconforta acudir a una sala de conciertos en cuyas taquillas penden los carteles de entradas agotadas. Uno se siente protagonista de un evento excepcional y percibe que está por vivir una experiencia inolvidable de la que el programa, qué duda cabe, es en gran parte responsable. Pero también lo es el solista que interpreta el Concierto para violonchelo de Schumann, el madrileño Pablo Ferrández, toda vez que el director invitado, nada menos que Christoph Eschenbach, se refiere a él como al más grande de los jóvenes chelistas. "Lo tiene todo", dice, "una técnica espléndida una profunda musicalidad y una presencia sobrecogedora".
Y es que sin esas virtudes no puede sostenerse la interpretación de un concierto a cuyas dificultades, no ya a las idiosincrásicas del instrumento, sino a las propias de la escritura del compositor alemán, hay que añadirles la escasa popularidad de la que goza, por oposición a otros conciertos del repertorio de violonchelo. De entrada, la obra está concebida "sin solución de continuidad", un recurso que ayuda a crear una sensación de unicidad en la obra, pero que en manos de un solista inexperto puede crear saturación por no encontrar el oyente reposos para asimilar el material temático. Pero Ferrández fue en todo momento hábil en dotar a su interpretación de un carácter visiblemente declamatorio, donde la perspicacia en la articulación, en la pronunciación de cada nota hizo del acto de escuchar un ejercicio cómodo. Resultó además ejemplar en la afinación, meticuloso y delicado en el trato un tanto quejumbroso del sonido, pero destacó sobre todo por buscar en todo momento el contenido musical, siempre en constante comunicación con el director y con la orquesta.
Con todo, el Concierto de Schumann y la Zarabanda de la Tercera suite de Bach (que ofreció como propina) propiciaron un clima demasiado introspectivo y calmo, y se sintió una necesidad de contraste que vino al cabo del descanso con la siempre bienvenida Sinfonía del Nuevo Mundo. Previamente, la orquesta había interpretado la Obertura "Carnaval" y ya se había hecho notar el carácter resuelto y desenfadado de la composición, magistralmente dirigida por Eschenbach.