David Afkham nos tiene mal acostumbrados. Desde su desembarco como director principal de la Orquesta Nacional de España ha llenado el Auditorio Nacional de Madrid de interpretaciones intachables y ha obtenido de nuestra orquesta una calidad sobresaliente, que además aumenta cada día. Es también un buen conocedor de la obra de Mahler, como demostró en su Segunda de la temporada pasada, absolutamente memorable. Así las cosas, no es de extrañar que su Tercera, programada para el pasado fin de semana, colgara el cartel de "No hay entradas" y provocara un expectación nerviosa entre los aficionados. Tuvimos la suerte de asistir a dos sesiones, disfrutando de dos experiencias marcadamente diferentes: al hombre que no falla se le torció el estreno y brilló sin paliativos en su sesión final del domingo. Analizaremos sobre todo esta última función triunfal.
Ya en el primer movimiento Afkham demostró que entiende la narrativa malheriana. No se perdió en la enorme riqueza de la partitura y, sin desatender ningún detalle, no olvidó que aquí hay una historia que contar, como solo la música puede hacerlo. Hubo coherencia interpretativa en los enormes y marcados contrastes de los casi 40 minutos del movimiento, el despliegue triunfal de la marcha de la vida se realizó energético, insolente, casi bailable y perfectamente coordinado. La orquesta demostró su versatilidad, apoyada en una sección de metales en estado de gracia, capaz de vigorosas fanfarrias continuadas de suaves y acogedoras medias intensidades.
La llegada de la vida animal en el tercer movimiento permitió a Afkham y su equipo recrearse en la riqueza tímbrica de la composición. La orquesta tocó con claridad y acierto en este zoológico transcendental en el que todo suena a la vez y todo se escucha por separado. La llamada de la trompa fuera del escenario –sabiamente colocada a afectos de amplificación– resultó convenientemente distante en sonido pero inmediata en emotividad y creó uno de esos preciados momentos, hipnóticos, que solo se dan en las salas de conciertos, en los que el tiempo parece perderse hacia la eternidad.