El Juan José de Sorozábal pone sobre las tablas un tema adulto. Todo un atrevimiento, no tanto del maestro donostiarra hace 55 años, cuando se compuso, sino de los encargados del Teatro de la Zarzuela. La versión de Juan José de José Carlos Plaza muestra la obra y, lo que es más importante, a los personajes, tal cual son, sin imprimir sobre ellos opinión alguna, eso se lo deja al espectador, ¿pero quién se ha creído? ¿Y si el espectador saca las conclusiones equivocadas? ¿Cómo se le ocurre a Plaza plantear el dilema de un Juan José tan amante como asesino, tan imperfectamente humano? ¿Y si alguien del público sale de la sala pensando que Juan José quizás no es solo un monstruo? Sin duda, Juan José es peligrosa. Abre uno de esos debates “ya zanjados”, –¡con lo que ha costado zanjarlo! Y eso no se puede permitir en una sociedad libre como la nuestra.
La música de Sorozábal es igualmente peligrosa, ya que permite exaltar aún más los sentimientos y emociones de unos personajes interesantísimos. La falta de exabruptos en la escena es, en este aspecto, realmente negativa, pues le permite centrarse al espectador en la sentimentalidad de la música. El cuerpo de baile y los actores acompañan a los cantantes y enriquecen el escenario, como un decorado más: no interrumpen la escena, pero los echaríamos en falta si no estuvieran ahí.
Más allá de la ironía, la selección del reparto ha sido excelente. No es necesario hacer malabares mentales para imaginarse lo que quería interpretar Sorozábal, está tal cual en el escenario. El maquillaje exagerado y el vestuario ayudan a entender la realidad de cada personaje. Igor Peral encarna muy bien al parroquiano local, Perico, intentando leer el periódico, buscando un atisbo de esperanza en una nueva revolución. Simón Orfila escenificó a un Andrés espectacular: un obrero machista y bruto, pero orgulloso. Su voz profunda y excelente proyección le dio la imponente presencia sobre las tablas que este personaje demanda. Lo mismo se podría decir de Cano, el presidiario, encarnado en esta ocasión por Luis López Navarro con una interpretación y presencia inmejorables.
Toñuela fue interpretada por Vanessa Goikoetxea. La inocencia juvenil que emana el personaje contrasta con el complejo papel que le da Sorozábal. Goikoetxea supo defenderse bien con los sobreagudos, pero me faltó escuchar un timbre más igualado y algo más de la agilidad con la que cuenta la soprano vizcaína. María Luisa Corbacho, por otro lado, encarnó muy bien a la alcahueta de Isidra. No obstante, en el tercer acto pecó de engolar demasiado la voz.
Alejandro del Cerro derrochó potencia vocal en cada una de sus apariciones, aunque sabiendo también moderarse en los números de conjunto, como el excelente enfrentamiento con Juan José, al final del primer acto. Ya desde su entrada hizo gala de su proyección vocal y excepcional fiato, encarnando así a un altanero y más que digno rival para Juan José.
El personaje de Rosa me resulta sumamente interesante y creo que, tal y como Sorozábal concibe la obra tanto en lo dramático como en lo musical, genera opiniones encontradas. Sin duda es la víctima, pero no es un trapo que no es dueño de su destino, sino una mujer que sopesa bien las decisiones que ha de tomar y que, durante la ópera se debate entre la realidad, el pragmatismo que le aconseja Isidra, y el ideal romántico en el que Toñuela intenta que su amiga persista. La voz de Rosa es, en ese aspecto, más la de una heroína que la de una simple víctima, y en este aspecto me gustó el peso que Saioa Hernández dio a sus líneas.
¿Y qué decir de Juan José y su terrible forma de amar? Es imposible no sentir pena por este personaje que encarna el pecado de la ira, interpretado este último por el timbal, y su irremediable camino a la perdición. Juan José es preso de sus pasiones, ama al extremo y odia al extremo y así logró que sonase su voz Juan Jesús Rodríguez: profundamente emocional, iracunda, rabiosa, pero también lastimera cuando, apartado del dominio de las emociones era consciente de sus actos. Una interpretación magnífica para un papel escénicamente extraordinario.