Dos meses más tarde de la fecha prevista para su concierto, suspendido por una indisposición, la joven pianista georgiana Khatia Buniatishvili presentó su recital en el Auditorio Príncipe Felipe de Oviedo, con un programa interesante a la par que complejo.
La primera parte estuvo ocupada enteramente por la Sonata núm. 3 de Brahms, la última que el compositor alemán dedicó al piano, y la más extensa. Fueron cuarenta y cinco minutos llenos de grandes contrastes dinámicos, sobresaltos, momentos de lirismo y amplios rubati. Ya desde el comienzo la pianista dejó claro el carácter que iba a tener la velada, cortando los aplausos y atacando los primeros compases del Allegro maestoso con fuerza. Sin embargo, la armadura, que alterna cuatro bemoles, cuatro sostenidos y cinco bemoles, se hace cada vez más pesada y el tempo no quedó ajeno a su peso. El resultado fue que los movimientos rápidos sonaron más lentos y los lentos excesivamente pausados. Se intuían algunas de las ideas que el lenguaje tan personal de la pianista quería expresar, pero había algo que fallaba, como algún que otro pasaje caótico en el que el pedal hacía su aparición de manera excesiva, la frialdad y rudeza de los acordes del Intermezzo o la dificultad de seguir el flujo musical en los momentos lentos. Los contrastes dinámicos, altamente polarizados, se mueven desde las notas casi inaudibles y los sforzandi más secos, produciendo una brecha dentro del discurso, en el que los fraseos y las ideas musicales aparecían separadas e inconexas.
La segunda parte comenzó con la suite de concierto de El cascanueces de Tchaikovsky según el arreglo de M. Pletnev. Lirismo y virtuosismo conforman las dos caras de la moneda. Por un lado, emocionó la gran expresividad de los movimientos más lentos, mientras que el virtuosismo aparecía en los pasajes más complicados con las octavas alternadas o las rápidas escalas y arpegios. Por otro lado, ese mismo alarde de técnica y furia musical jugaron malas pasadas en los movimientos quinto y séptimo, en los que las densas armonías orquestales trasladadas a las ochenta y ocho teclas requieren un gran esfuerzo mental y físico.