Diversos elementos confluyeron en el concierto extraordinario de Semana Santa que realizó la OSPA, marcado por un especial halo de espiritualidad. El director titular, Rossen Milanov, se puso al frente de The Dream of Gerontius, op.38 de Edward Elgar (1857-1934), una partitura que fue aprovechada por la orquesta para presentarla como novedad en su repertorio, realizando una interpretación con un intenso carácter místico.
Desde la más absoluta calma, lenta y profunda, se inició la obra sumiéndonos en el ambiente de introspección que marca el compositor. Suaves apuntes dinámicos matizaban las frases sutilmente, aunque ese ascetismo inicial fue mutando paulatinamente conduciéndonos hacia un fuerte contraste donde el director permutó por completo tempo y dinámica, recreándose en lo trágico y agónico de la partitura. Desde la introducción se observa en Elgar una clara influencia de Richard Wagner por el uso de los leitmotiv que imprimen una fuerte unidad temática. Se aparta también de la alternancia de recitativo y aria como tradicionalmente se desarrollaban los oratorios utilizando un tratamiento continuo y libre de las escenas, que vienen marcadas por el sentido dramático de la obra. Precisamente ese dramatismo lo acerca también a la estética wagneriana, mostrando un Geroncio aterrorizado, extasiado y exhausto, pidiendo oración y plegaria por su alma.
La figura del tenor Zach Borichevsky encarnaba excelsamente ese cometido principal. Su voz suave y tierna contribuyó a la humanización de Geroncio, mostrándolo con cándida inocencia como en la plegaria "I can no more; for now it comes again, that sense of ruin, which is worse than pain" (No puedo más, pues ahora regresa aquella sensación de ruina, que es peor aún que el dolor), con la voz etérea, como su alma. Aunque no faltaron los pasajes donde desató la energía que posee, destacó "Take me away" (Llévame de aquí), elevándose con gran luminosidad y claridad hacia los agudos, que fueron remarcados por una brillante articulación. No obstante, desde la entrada del tenor, la orquesta se situó por encima de él, hasta el punto que a menudo se veía completamente cubierto, y a pesar de ello, contenido.
Ocurrió lo mismo con la mezzosoprano Allison Cook, oculta en ocasiones ante la inmensidad de la orquestación. Con todo, tuvo un papel sobresaliente manejando perfectamente el despliegue técnico que requiere la partitura, aportando su personal y profundo vibrato mayormente cuando su voz ascendía; y personificando con su timbre cálido un ángel redentor dócil y complaciente, pero careciendo de cierta profundidad en el registro grave.