Únicamente dos piezas construyeron este concierto de temporada de la Orquesta Sinfónica de Tenerife, bajo la batuta en esta ocasión de Delyana Lazarova. La directora ofreció una velada de deslumbrante energía, plena de matices y colores, y de una intensidad propia del programa ofrecido y de acuerdo a los requerimientos y exigencias de las obras interpretadas, bajo el principio del espíritu libre, la vida y la creatividad.
En cuanto al Concierto para violín de Sibelius ofrecido en la primera parte, se trata de una composición sumamente compleja, de accidentada composición y más intrincados varios estrenos tras múltiples revisiones, hasta el punto de que la versión definitiva no fue de nuevo estrenada hasta 1990. Para esta magistral obra, el violinista Svetlin Roussev, quien portaba un Stradivarius, desplegó su maestría desde el primer movimiento, Allegro moderato, de suerte que mostró su mayor momento de lucimiento en la ejecución de la espectacular cadenza, utilizada en este caso, y de manera inusual, como continuación del desarrollo melódico de la pieza. Para el Adagio di molto, de claras reminiscencias de Wagner y Chaikovsky, se evidenciaron si cabe más la total comunión entre batuta, solista y orquesta, alcanzando instantes de solemnidad y virtuosismo rayando en la perfección. Culmina el concierto con el impresionante Allegro ma non tanto, de gran complejidad técnica, con sus dobles cuerdas y recorrido armónico, donde el protagonismo del solista reduce a la orquesta a una suerte de telón de fondo. Para la ocasión, dichos efectos sonoros fueron interpretados de forma tan sutil como adecuada, incidiendo en el dramatismo que impregna este final con la referida combinación de matices, a los que la directora supo extraer la extraordinaria belleza de la creación de Sibelius. La fanfarria final, ejecutada con firmeza y elegancia, detalles desplegados en toda la función, no hizo sino confirmar el gran espectáculo ofrecido, merecedor de los mayores aplausos.