Hasta la semana pasada, el "Indomitable" nunca había atracado tan en el interior de España. El director artístico del Teatro Real, Joan Matabosch, ha acabado con más de 60 años de ausencia de esta joya de Britten en los escenarios madrileños, enrolando a una tripulación artística brillante que finalmente ha encendido el entusiasmo en una temporada que hasta la fecha no salía de la corrección. La directora británica Deborah Warner ha creado el que podría ser el Billy Budd de la próxima década, un nuevo clásico que podrá verse en París, Helsinki y Roma en los próximos años.
Warner ha permanecido en esta producción fiel a los pilares de su teatro: literalidad sin adornos, desarrollo claro del hilo argumental, un punzante sentido del drama y una definición magistral de los personajes. Entiende perfectamente que Vere, Billy y Claggart no son héroes excepcionales en una tragedia sobredimensionada, porque habitualmente en las óperas de Britten es lo íntimo lo que conduce calladamente a la grandeza y la universalidad. Para Warner se trata de tres hombres ordinarios cuyos destinos se entrelazan en el drama de sus vidas, una historia sin consecuencias épicas, confinada en sus fronteras marinas. El código gestual de su propuesta, tan naturalista que a veces puede pecar de obvio, enfatiza la ternura sobre la violencia, creando momentos únicos como la desolada separación de Billy y Vere después del juicio.
Se trata de una producción de primer nivel, para la que Warner ha convocado a dos de los grandes maestros de la escena: el escenógrafo Michael Levine y el iluminador Jean Kalman. Todos los elementos del escenario creaban una sensación constante de movimiento: temblorosas sogas negras delimitaban el espacio y luces ondulantes recordaban la inestabilidad de esta "monarquía flotante". La cubierta principal del barco literalmente cuelga por encima de los camarotes, subrayando así la tensa división entre oficiales y marineros y entre Claggart-Vere y Billy, lanzado al abismo en el Jucio Final del Capitán. La iluminación de Kalman crea decenas de espacios diferentes, llenando de contenido la dramaturgia de Warner y dejando escenas para el recuerdo.
Jacques Imbrailo es una elección natural para el rol protagonista. Su timbre aterciopelado y su encendido fraseo rebosan juventud y da a la perfección con el physique du rôle. Algo sobrepasado por la orquesta en la grandiosa "Billy Budd, king of the birds", a veces no llegó a transmitir la seguridad casi salvaje que emana del personaje en sus primeras escenas. Estuvo mucho más convincente en las partes líricas, especialmente en una escena final verdaderamente conmovedora (aunque la voz ya empezaba a mostrar algún signo de cansancio). En consonancia con el tono sobrio de la producción de Warner, clavó la honestidad y la alegría natural del personaje sin inflarlo de heroismo.