Enfrentar a Wagner y a Stravinsky es casi tan evidente como oponer a Wagner y Verdi. Stravinsky cultivó un abierto anti-Wagnerianismo, que en el fondo no es sino la forma más primitiva de post-Wagnerianismo, y sus primeras obras se interpretan normalmente como una reacción a la convención musical. El último concierto del ciclo de la Orquesta Nacional de España, dirigida en esta ocasión por Christoph Eschenbach, exploró esta oposición y juntó dos de las obras más Románticas compuestas por Wagner (Tristán e Isolda y La Walkyria) con La consagración de la primavera, de Stravinsky. No es el programa más original posible, pero la claridad de ideas con la que Eschenbach dirigió a la ONE casi convirtió el concierto en un revelador ensayo sobre la historia de la música contemporánea.
Desde los primeros compases del preludio de Tristán quedó claro cuál iba a ser la tónica de la primera parte del concierto, dedicada a Wagner. Eschenbach subrayó los rasgos más convencionales del compositor, estirando las frases y durmiendo los tempi para dejar que la melodía discurriera limpia de todo cromatismo corrosivo. Suavizó las aristas de la partitura, atemperando la inherente tensión que recorre este preludio. Las cuerdas sonaron extraordinariamente, con un sonido nítido y rico que fue capaz de estar a la altura de la imposible arquitectura wagneriana.
Esta versión domesticada de Wagner no fue suficiente para ayudar a Mathias Goerne en su poco convincente asalto al monólogo de Marke y a los adioses de Wotan. Goerne, un cantante de lied con una voz interesante, pero modesta, de barítono lírico, fue incapaz de superar este reto técnico. La tesitura de Marke y de Wotan está tan fuera de su alcance que tuvo que hinchar artificialmente su timbre, perdiendo flexibilidad y ensuciando su color natural. Una fallida reconfiguración vocal que incluso terminó afectando a su habitual buena dicción en alemán. Estuvo por tanto tan concentrado en sonar a Marke y Wotan que olvidó delinear los personajes, presa de un fraseo anónimo e insuficientemente contrastado. Es cierto que tuvo varios momentos bellos que recodaron a sus mejores actuaciones como liederista, sobre todo en el desolador final del monólogo de Marke, casi susurrado a una sala en absoluto silencio, y en el desgarrador beso de Wotan a Brunilda. La orquesta sonó algo desordenada y saturada en la primera parte de los adioses de Wotan, pero dibujó con agilidad la última parte del fuego mágico, donde todas las capas orquestales sonaron nítidas y reconocibles.