Emparejar la última ópera de Tchaikovsky, Iolanta con El castillo de Barbazul de Bartók puede parecer una elección extraña a priori, pero el director polaco Mariusz Trelinski le dio un poderoso enfoque psicológico en su debut en el Metropolitan Opera. La producción, presentada por primera vez en Polonia en 2013, sitúa la acción de ambas óperas en época moderna, aunque no muy específica, e inspirada en el cine negro de los años cuarenta. Además Trelinski se ayuda de un uso, libre pero muy eficaz, de proyecciones de video sobre una malla en el escenario. La puesta en escena, sencilla y ordenada, sirve para enfatizar la idea motriz: la luz y la oscuridad como representación del conocimiento / liberación / libertad contra la ignorancia / ceguera / sumisión.
Iolanta es una princesa ciega que vive apartada del mundo bajo los cuidados de varios sirvientes. Su padre sobreprotector la ha confinado en lo que se simboliza mediante una habitación en forma de caja en el centro del escenario. Iolanta no es consciente de su ceguera, pero sí de que algo le falta e intenta explorar el mundo fuera de la habitación palpando las paredes invisibles con los brazos a media altura. Este mismo gesto lo veremos en Judith, la heroína de la segunda ópera, cuando intenta romper la última puerta del castillo de Barbazul. Sólo cuando el ardiente pretendiente Vaudémont la anima, Iolanta saldrá de la habitación. Al final de la ópera, y tras ser "curada" de la ceguera por el médico moro Ibn-Hakia, todos cantan alegremente, vestidos de blando y bajo una brillante luz. Todos excepto el padre de Iolanta, el rey René, el cual, caracterizado más como un maltrataodr, se niega a unirse a la alegría.
La habitación de Iolanta gira, lo que facilita la acción sin detener el flujo de la música. Por otra parte, su localización en el fondo del escenario, así como el vasto espacio vacío alrededor, no parecen ayudar a una correcta proyección de la voz. Sin embargo, Anna Netrebko, aunque algo plana a veces, destacó por una presencia imponente, tanto vocal como teatral. Quizá por la madurez de su voz, Netrebko interpretó el papel más como una mujer curiosa e inteligente que como una inocente e ingenua chiquilla. Los arrebatos de alegría que surgen a medida que aprende el concepto de luz con Vaudémont fueron cantados con compromiso y pasión. Su voz en el registro medio y alto es rica y cálida, llena de color y sutilezas. Los agudos fueron brillantes, incluso sobre la orquesta y el coro en los clímax. El dúo de Netrebko y Vaudémont, en el que el tema recurrente de la alegría es llevado a su máxima expresión, fue un punto culminante en la noche.
La voz clara de tenor lírico de Piotr Beczala es ideal para el papel del ardiente Conde que se enamora de Iolanta. Seguramente fuera la mejor interpretación de la noche. El papel resulta algo agudo en ocasiones pero Beczala se desenvolvió con elegancia y facilidad. De igual modo, la presencia y exuberancia del tenor en el escenario es un marco perfecto para el rol, en el que se maneja con naturalidad frente a Iolanta y con su amigo, el duque Robert. Este último, aunque comprometido con Iolanta, desea casarse con otra mujer. Como Robert, Aleksey Markov hizo alarde de su voz de barítono algo granulada en su breve aparición; el papel parece encajarle bien a su temperamento y estiloso canto de largos fraseos.
El bajo ucraniano Ilya Bannik hizo un inesperado debut como rey René, padre de Iolanta, en sustitución a un colega enfermo. Aunque cantó y actuó bastante bien, su voz era quizá, algo pequeña para el Met y faltó la seriedad y autoridad necesarios en el papel. El coro femenino cantó desde el foso en la primera escena y en el escenario en la celebración final, vestido como sirvientes de Iolanta; su ausencia en el escenario al comienzo fue un recurso muy eficaz para reforzar el aislamiento bajo el que vive Iolanta.