“Vivimos en una época inestable. ¿Quiénes son nuestros enemigos? ¿Quiénes son nuestros amigos?”. Con frases como estas, nos da la impresión de que Nixon in China podría haberse escrito ayer; Joe Biden se reconocería, sin duda alguna, como “Un viejo guerrero de la Guerra Fría planeando hacia costas desconocidas por bancos de arena”. La ópera de John Adams ha aterrizado en España por vez primera, con el montaje de John Fulljames recalando en Madrid tras Dinamarca y Escocia. La producción fue concebida mucho antes de que la actual escalada de tensiones entre superpotencias la hiciera tan de actualidad.
Nixon in China no trata tanto de acontecimientos mundiales en sí, cuanto de las personas que los representan. El Teatro Real ha reunido un elenco de excelentes actores cantantes con voces contrastantes, quienes, bajo la atenta dirección de Fulljames, se sumergen, y a nosotros con ellos, en un pozo de imaginación en torno a cuál puede ser el verdadero carácter de esas personas. La aterciopelada voz baritonal de Jacques Imbrailo fue la más atractiva, y resultó excepcional en el número final de la ópera como el refinado Chou En-Lai, preguntándose “cuánto de lo que hemos hecho ha sido bueno”. Leigh Melrose nos mostró un tipo de voz de barítono completamente distinto, más incisiva, más metálica, en un Richard Nixon que se debate entre el alarde y la inseguridad. Como Mao, Alfred Kim fue un potente tenor. Adams le dedica intervalos mortales por los que moverse a toda potencia y Kim lo logró con facilidad.
Adams y la libretista Alice Goodman tenían, claramente, debilidad por Pat Nixon, a quien se presenta como un personaje compasivo que siempre está intentando hacer lo correcto y unir a las dos partes (aunque boicotea fotos en demasiadas escenas). La soprano Sarah Tynan fue dulce y encantadora a la vez que retrataba la frialdad de su personaje. Audrey Luna dio las notas agudas como Chiang Ch’ing, pero su “I am the wife of Mao Tse-Tung” quedó lejos del espectáculo que debe ser.
La sorpresa de la noche fue la dirección de Olivia Lee-Gunderman, llamada con relativamente poco tiempo para reemplazar a un indispuesto Ivor Bolton. La joven coreana realizó una verdaderamente extraordinaria labor de dirección. Esta es una partitura difícil con cambios de ritmo continuos; Lee-Gunderman no solo marcó el ritmo con notable precisión, sino que el movimiento de su brazo con cada nota, daba una clara imagen de la dinámica que quería conseguir. El resultado ha sido que he escuchado la música de Adams como nunca antes lo había hecho (incluyendo a cargo del propio Adams), de una consistencia rítmica absoluta y una rica superposición de sonidos totalmente convincente.