“Es la capacidad de Bach para ver todas las posibilidades del material de forma simultánea y reunir tantos hilos conjuntamente en un momento dado lo que resulta tan impresionante en la Pasión según san Mateo: su capacidad de combinar juicios de un tipo práctico con consideraciones de estructura, exégesis teológica y ritmo narrativo, hasta llegar incluso al timbre concreto de voz que decide adoptar cuando se dirige a su congregación específica de oyentes en este día crucial de calendario eclesiástico.” -John Eliot Gardiner, La música en el castillo del cielo: un retrato de Johann Sebastian Bach.
Escuchar la Pasión según san Mateo siempre genera una expectativa especial. No es infrecuente tener la oportunidad de hacerlo durante el transcurso de la Semana Santa, lo que incrementa el número y la intensidad de elementos diegéticos que operan en la representación, conformando una caja de resonancia única para un trabajo central, no solamente del corpus bachiano, sino de la tradición musical occidental. En esta ocasión, además de las circunstancias apuntadas, la fecha era señalada por la comparecencia de una pléyade instrumental y vocal: la Orchester und Chor der Klangverwaltung, el Münchner Knabenchor, Sibylla Rubens, Olivia Vermeulen, Mauro Peter, Daniel Johannson, Thomas Laske y Samuel Hasselhorn en el apartado solista, y todos ellos bajo la avezada batuta de Enoch zu Guttenberg. Permítasenos que, tras la experiencia trascendental, dediquemos unas líneas a los aspectos terrenales o técnicos, sin desdoro de reconocer la miríada de implicaciones que escapan a la fidelidad de lo narrado -probablemente en ello radique el mayor logro de este concierto-.
En primer lugar, hay que encomiar la distribución y disposición de los efectivos orquestales y corales. Las dos particiones consiguieron el efecto perseguido, dosificando el incremento gradual de la tensión, articulando un sonido de conjunto tan poblado como elegante y, especialmente, alcanzando cimas estremecedoras en el fragor del contrapunto -también brillaron, en este sentido, las voces blancas, ampliando y enriqueciendo el registro desde la dimensión tímbrica-. En virtud del empaste y la homogeneidad, los momentos corales -tanto alternativamente como en sinergia- atemperaron o catalizaron, según el episodio -pero siempre con criterio-, la marcha del discurso -es preciso destacar, aunque no resultaría justo dejar de encarecer los números que restan, el "Herzliebster Jesu", el maravilloso "Erkenne mich, mein Hüter" y el "O Mensch, bewein’ dein’ Sünde groß-".