La Orquesta Sinfónica de Radio Viena se presentó en el Auditorio Nacional de Madrid que, sin alejarse del esquema clásico de obertura, concierto y sinfonía, nos planteaba una mezcla interesante al comenzar con una obra de estreno –en España– continuar con un concierto poco habitual de las salas de concierto como es el de violonchelo de Schumann y finalizar con una sinfonía de renombre como es la séptima de Dvoràk.
Heliosis es el título de la obra de la joven compositora vienesa Hannah Eisendle –que maravilla, por otra parte, esto de que las orquestas patrias promocionen a los jóvenes compositores locales, ¿verdad?–. Es una obra que resulta ideal para un comienzo, ya que su ritmo acelerado y los golpes de la numerosísima percusión y de los metales sirvieron para activar al auditorio y atraer por completo el interés de un público un tanto novel que podría dejarse simplemente llevar por los contagiosos ritmos e incluso del experto, pues Eisendle muestra en su obra un amplio repertorio de timbres que se logran a través de la mezcla de instrumentos, técnicas como el col legno en las cuerdas o el frulato en las flautas y curiosidades como un divertido solo de contrafagot hacia la mitad de la obra. Una excelente muestra de las cualidades de la joven compositora vienesa.
Desgraciadamente, tras este excelente arranque, la velada decayó. El Concierto para violonchelo y orquesta en la menor de Robert Schumann no es una obra especialmente lucida. Los dos primeros movimientos presentan una música intensa y compleja que requiere, sobre todo, de un ritmo y una intensidad que la batuta de Marin Alsop no supo imprimir en la orquesta. En general, la orquesta parecía sufrir un estancamiento en cuanto al tempo que impedía que la música alcanzara los tan necesarios puntos de tensión y distensión que articulan esta obra. No estuvo la directora neoyorquina precisa tampoco en los matices, recogiendo, especialmente en el Nicht zu schnell, los temas del violonchelo con una fuerza demasiado contrastante con el delicado sonido de Kian Soltani. El solista mantuvo un sonido escueto, casi más apropiado de la música de cámara que del concierto, que, aunque repleto de detalles no terminó de encajar con la orquesta.