El Concierto para piano KV271 y la Sinfonía 41 se encuentran en los extremos de la producción de Mozart; se trata de una obra de juventud, concebida a los veintiún años, y de su última sinfonía. No obstante, sólo el oyente más atento podría evidenciar alguna diferencia significativa entre estas dos obras maestras. En efecto, el Concierto núm. 9, tal vez más conocido por su sobrenombre "Jeunehomme", se tiene por el primer concierto en el que Mozart se libera de las ataduras del concierto vienés y propone innovaciones estilísticas tales como las cadenzas dobles o la irrupción del piano en el inicio mismo de la partitura. La tradición propone que el concierto se abra con una larga introducción orquestal que expone los temas principales; en el “Jeunehomme”, en cambio, el piano se presenta en el segundo compás. Este atrevimiento requiere, sin duda, el desparpajo de un compositor audaz, pero también la presencia y la seguridad de una solista que sepa imponerse a esta tradición orquestal, pero que al mismo tiempo dé muestras de una sólida intención dialogante.
Alba Ventura fue la elección adecuada para presentar el contenido musical de este concierto. Hablamos de una pianista que a los trece años debutó junto a Sir Neville Marriner, y lo hizo, además interpretando el concierto del que hoy nos ocupamos. No nos sorprende pues, ni el elevado dominio de las dificultades pianísticas, ni la profundidad musical de su interpretación. Y esto se percibe inmediatamente, en cuanto el piano se presenta con unos trinos bien pronunciados. A partir de ahí se suceden los detallados fraseos con una pulcritud extraordinaria en el empleo de la articulación, de suerte que siempre se percibe sin esfuerzo esa suerte de contenido narrativo, declamatorio, que está siempre tan presente en la obra de Mozart. En la concepción de la pianista catalana los temas y los motivos musicales son expuestos unos tras otros con una adecuada respiración, a la manera de un hábil artesano, dándole a cada uno el valor que tiene por sí mismo, y el valor que tiene en relación con los demás.
Sin embargo, y como ocurre siempre en toda obra concertante, el resultado satisfactorio de este concierto se debió también a la adecuada preparación de la Orquesta Sinfónica Camera Musicae, y a la incontestable dirección de Antoni Ros Marbà. Y es que la formación supo dialogar con la pianista en términos de absoluta igualdad, ofreciendo en todo momento una respuesta eficaz a las indicaciones del director de l’Hospitalet. Allí donde Alba Ventura proponía un fraseo o una articulación determinada, la orquesta respondía escuchándola cuidadosamente, empleando exactamente los mismos elementos. Ningún melómano habría encontrado en otra interpretación una definición más concisa de lo que es un concierto para solista y orquesta. Bien podríamos sugerir esta habilidad como uno de los dos mayores logros de la velada.