En el 45 aniversario de su fundación, la Orquesta Filármonica de la Ciudad de México, dirigida por Scott Yoo, ofreció un concierto especial de la Octava sinfonía de Anton Bruckner (edición de Robert Haas de 1939).
Dirigiendo sin partitura, Yoo condujo a la orquesta a través del oscuro y tormentoso primer movimiento, con las estridentes disonancias de Bruckner resonando en la sala. Los metales y la percusión, que desempeñan un papel destacado en este movimiento, así como a lo largo de la sinfonía, brillaron aquí con poderosa claridad y fuerza. El tempo que Yoo escogrió fue bastante rápido, por lo que la infame "llamada de la muerte" con la que culmina el movimiento –terminando en un escalofriante soli fortississimo de trompeta en un do unísono– pareció algo precipitado.
Los scherzi de Bruckner son los más consistentes formalmente de sus movimientos sinfónicos, presentando siempre dos temas que flanquean un trio en el centro. Aquí los tempi rápidos de Yoo fueron una ventaja, acentuando los rápidos ritmos entrelazados del scherzo. La tuba y los timbales desempeñan un papel especial en el clímax del tema principal, y ambos tocaron de forma excelente. El timbalista merece una mención especial por su excelente interpretación.
El Adagio –el movimiento más largo de la sinfonía– es profundo y enardecedor, comenzando con un pianissimo y llegando a un estruendoso choque de platillos (el único momento de la sinfonía en el que se utilizan platillos y el triángulo). El comienzo del movimiento debe transmitir una sensación de misterio (Bruckner escribe "solemnemente lento" y "delicadamente emergente" en la partitura) con las cuerdas tocando una figura rítmicamente ambigua de tresillos ligados sin ningún sentido del pulso, pero la articulación fue más portato que legato, haciendo que las notas individuales sobresalieran. No obstante, las tubas wagnerianas tocaron maravillosamente, y el clímax (incorporando todos los instrumentos de la orquesta por primera vez) fue poderoso, proporcionando una transición efectiva al final.