Programar La finta semplice de Mozart dentro de la Temporada Lírica coruñesa, y hacerlo, por añadidura, con una producción propia, no era en absoluto una decisión exenta de riesgo. Se trata de una ópera rara vez representada, que plantea retos musicales y escénicos. Sin embargo, la velada se saldó con brillantez, ofreciendo al público una noche operística plenamente disfrutable. La obra, concebida por un Mozart de apenas doce años, es de naturaleza lineal: todas las escenas se suceden en el mismo espacio, sin subtramas ni cambios de lugar, lo que limita el margen de imaginación escénica. Además, el libreto está dominado por recitativos llenos de humor, pero demasiado extensos para el gusto actual. Es comprensible que fueran objeto de recortes. Pero más sorprendente fue, en cambio, la supresión de un par de arias en el segundo acto, lo que desequilibró la proporción entre recitativos y números musicales, llegando los primeros a ocupar casi la mitad de su duración.
La escasez de referentes convierte a La finta semplice en un apasionante “libro en blanco” donde cualquier mirada resulta inevitablemente novedosa. En ese marco, la puesta en escena de Gianmaria Aliverta tuvo el acierto de apoyarse en una referencia contemporánea tan reconocible como el universo de la película Barbie. El contraste entre la torpeza de los personajes masculinos y la astucia femenina, tan sabiamente expuesta en la obra inspiradora de Goldoni, se tradujo aquí en una lectura pop y colorista. Con humor irreverente, luces y elementos económicos pero efectivos, la escenografía creó un juego fresco y vistoso. El tercer acto, sin embargo, se resintió de cierta dilución visual, cayendo en un excesivo minimalismo.
En el foso, la Sinfónica de Galicia rindió a un nivel sobresaliente, con excelentes intervenciones solistas y un sonido maleable, plenamente adecuado al estilo mozartiano. Se percibió la huella de Slobodeniouk y González-Monjas en el fraseo elegante y el empaste camerístico que realzó la frescura de la partitura. Bajo la batuta de Giuseppe Sabbatini, la música fluyó con naturalidad: tempi acertados, dinámicas equilibradas y un sentido teatral que permitió extraer toda la magia de una partitura en la que asoman por doquier destellos del futuro genio bufo de Mozart, capaz de transformar la simplicidad del enredo en puro teatro musical.
La soprano Diana Alexe fue una de las triunfadoras de la noche en el papel central de Rosina. Voz bien timbrada, de esmalte atractivo, a la que supo imprimir carácter. No obstante, enfocó su interpretación más hacia la vertiente cómica que hacia la sensualidad. Y ciertamente, algunas de las melodías más inspiradas de Mozart —de un lirismo ya casi romántico en su aliento— parecieron quedar en segundo plano, cuando pedían mayor vuelo poético. Con todo, en su emotiva "Amoretti, che ascosi qui siete" mostró un fraseo elegante y controlado, y un dibujo vocal cuidado, con gran apoyo de la batuta que supo darle espacio. Christian Pursell ofreció una interpretación vocal robusta y bien proyectada, con una línea de canto poderosa, timbre rico en armónicos y crescendi bien modelados. Escénicamente se desenvolvió con soltura, encarnando a la perfección tanto la autoridad de Cassandro como su vertiente más cómica.
Caio Durán, como Fracasso, aportó carácter y agilidad escénica, pero su línea de canto se mostró limitada: ni dúctil ni especialmente flexible, con agilidades poco convincentes. Aun así, defendió con oficio su gran aria "Guarda la donna al viso". El Simone de David Cervera resultó ser el eslabón más débil del reparto: escénicamente careció de relieve y vocalmente mostró un instrumento limitado.
La Giacinta de Angela Schisano ofreció un canto de línea lírica y expresiva, brilló especialmente en "Che scompiglio", dramática anticipación del aria de la reina de la noche, mientras que Marina Zyatkova, en Ninetta, destacó por su vocalidad ágil y fluida, manejando con acierto un vibrato algo amplio, pero siempre controlado. Finalmente, el otro gran triunfador de la velada fue Anthony Webb, Polidoro, que unió, a una voz plena, con buen legato y magnífico agudo, una capacidad actoral sobresaliente. Arrancó las mayores carcajadas de la noche sin caer en la caricatura fácil.