La Fundación Juan March inaugura su temporada musical 25-26 con una desternillante versión de dos obras cómicas de pequeño formato de Barbieri, felizmente recuperadas dentro de su ciclo de Teatro Musical de Cámara. El espectáculo propuesto por el director de escena Alfonso Romero reúne la zarzuela cómica El vizconde y el entremés lírico-cómico Gato por liebre. Romero traslada Gato por liebre a la década de 1970, convirtiendo a las dos aristócratas viudas que lo protagonizan en ávidas espectadoras del culebrón El vizconde, insertado en la acción a modo de entremés.
La idea da mucho juego y multiplica las oportunidades para el humor además de ofrecer otras lecturas. Las “viejas” damas —la condesa confiesa llevar a la espalda ¡55 años!— son interpretadas por barítono y tenor, quienes también desempeñan los roles de padre severo e hijo cobarde en su telenovela favorita, mientras la soprano pasa de criada a vizconde heroico y la mezzo, de supuesto pretendiente de las viudas y novio de la criada a novia del vizconde en un entretenido juego de espejos y realidades invertidas.
El apartado visual incide en esta multiplicidad. Con unos pocos elementos, la escenógrafa Carolina González Sanz plasma el ambiente recargado de ranciedad nostálgica en el que se mueven las aristócratas quiero y no puedo, que para las escenas de El vizconde, ambientadas en el siglo XVIII, da paso a un teatrito barroco. Los ingeniosos figurines de Rosa García Andújar añaden más diversión: su grotesco Serafín, trasunto del protagonista de La naranja mecánica, y la goyesca doña Elena, doble de la duquesa de Alba, no serán fáciles de olvidar.
Romero dirige las obras con buen pulso cómico y algunos gags realmente hilarantes. Sin embargo, el ritmo decae durante las transiciones entre una y otra: las secuencias de crédito de la telenovela, filmadas con los intérpretes, sí mantienen el espíritu de la zarzuela, pero las pausas publicitarias, generadas con inteligencia artificial, rompen la continuidad con imágenes que parecen remitir a otras épocas y latitudes y nada tienen que ver con los temas que mueven a los personajes de ambas obras. Afortunadamente, en lo musical todo son aciertos, empezando por el arreglo para piano y quinteto de cuerda de Miquel Ortega, que permite disfrutar de más matices de la rica partitura de Barbieri de lo que hubiese sido posible con una reducción para piano, tan habitual en estos casos. La dirección musical de Ortega aporta chispa con un hábil manejo de los ritmos e impulso danzante.