Dos jóvenes y grandes músicos, el director húngaro Gergely Madaras y el flautista suizo Sébastian Jacot, debutaron con la Orquesta Sinfónica de Tenerife en el concierto titulado “Ensueños de invierno”. Gergely Madaras es un director de amplio historial y gran repertorio (con énfasis en la música húngara y en la contemporánea), habiendo realizado más de cien estrenos y colaborado con algunos de los más importantes compositores actuales. Su trasfondo se refleja en la manera de enfocar la interpretación, destacando especialmente su sentido del ritmo y la claridad de las estructuras. Los gestos son naturales, amplios y precisos, llevando el ritmo con todo el cuerpo. Estas características se pusieron en evidencia en la primera obra del programa, la obertura de la ópera La novia vendida, del compositor checo Bedřich Smetana. Obra alegre y con chispa que Madaras comenzó a un tempo vertiginoso, poniendo a prueba el virtuosismo de las cuerdas. Se enfatizaron acentos, las dinámicas y los diversos efectos orquestales, aprovechando muy bien los momentos de reposo. Versión festiva y triunfal que superó con soltura las grandes dificultades de esta obra. La orquesta mostró un nivel excelente que se mantuvo durante todo el concierto.
Carl Reinecke fue una figura importante durante la segunda mitad del siglo XIX y principios del XX que dividió su actividad entre la enseñanza, el piano, la dirección orquestal y la composición, destacando en todas ellas. El Concierto para flauta en re mayor, Op.283, fue compuesto en 1908, dos años antes de su muerte, y es una obra de gran belleza que en la interpretación del extraordinario Sébastian Jacot resultó magnífica. Jacot posee un bello y variado sonido, gran flexibilidad en el fraseo y extremo virtuosismo. El flautista hizo gala de todas sus virtudes en el Allegro molto moderato, cantando con emoción y destacando también los aspectos más alegres. Durante todo el segundo movimiento, Lento e mesto, la flauta pareció convertirse en cantante de ópera, con un sonido profundo que consiguió mostrar la gran variedad dramática de la partitura. Fantásticos los momentos de dúo con el primer violonchelo. En el Moderato final se produjeron los momentos de mayor virtuosismo técnico, con algunos pasajes impresionantes durante los últimos minutos de la interpretación. El director y la orquesta siguieron perfectamente al solista en todos los momentos del concierto, pero no se limitaron a ser meros acompañantes. Madaras consiguió extraer toda la variedad orquestal requerida, rodeando sonoramente al solista, pero permitiendo que siempre se le escuchara. Fue una versión memorable. Como regalo, Jacot ofreció Syrinx de Claude Debussy, una pieza emblemática que interpretó de manera admirable.