Como presumiblemente sucederá en otros tantos sitios, Gardiner es uno de los más queridos en el Palau de la Música Catalana. Acompañado, como habitualmente, de los Monteverdi Choir e English Baroque Soloists, Gardiner regresó para concluir unos días dedicados a la música sacra coincidiendo con la Semana Santa. La Misa en si menor de Bach fue la escogida para reunir de nuevo al británico y su público, en una presentación que ya avanzaba no defraudar, y que anunciaba ser un compromiso al que los amantes del compositor no podían faltar. Tanto las proporciones de la obra, como la especial interpretación y la lectura extraída de toda la complejidad compositiva que confirma esta Misa fueron, desde luego, algo que no decepcionó.
Esta históricamente nombrada misa solemne católica se convirtió en una exposición de riqueza y variedad en las manos de Gardiner. La obra de estudio, desde su experimentada dirección y exigencia en la comprensión de las líneas musicales de Bach, llevaron la pieza a una interpretación particular, en la que se priorizó resaltar el catálogo de recursos, formas y convergencias histórico-musicales del compositor. Con una formación coral de técnica consumada y refinamiento en la expresión, la Misa pasó por varios estadios que iban de menos a más en la elegancia melódica; y con una orquesta de rigor y unitaria en el ejercicio, de exigente ejecución y estudio por la nula anotación, la variedad motívica se mostró rica en colores y en dinámicas, conteniendo momentos de paz, misticismo, ternura o aflicción. La complicidad del todo logró un desarrollo en el discurso donde destacaba una polifonía diáfana, una afinación en metales de viento bien conseguida y fragmentos que brillaban con su propia sonoridad dentro de la complejidad estructural.
En el Kyrie, iniciándose de menor a mayor cadencia, Gardiner ya mostró su interés en el carácter expresivo de los temas, elaborando poco a poco su escalonada progresión hacia los juegos regulares de violines, flautas y las recapitulaciones en diferentes escalas. Los contenidos simbólicos del propio lenguaje de la Misa fueron también elementos que destacaron, como fue el uso de la trompa natural. La tendencia en el Gloria fue más pausada, con tendencia a la homofonía plana, en el que el conjunto tomó un carácter imitativo; motivos corales en ascenso progresivo, el uso melancólico de los vientos, especialmente en oboes, y el abanico de melismas mostraron un interés en destacar la brillantez imitativa del movimiento. El tratamiento vocal supuso el todo en recursos y modelación, consiguiendo una visión amalgamada de texturas, formas y estilos. En el Credo, la versatilidad del conjunto pasó a su máxima expresión, en el que la tendencia iba en evolución hacia un juego tímbrico y un protagonismo esencialmente en las cuerdas, donde Gardiner entonó el júbilo entre voces e instrumentos. Sanctus se abordó desde la misma continuidad unitaria, ya en auge del corpus total, con un tratamiento cálido que introducía ya a un Agnus Dei contrapuntístico, dominado por maderas y cuerdas en el foso orquestal, y por un apogeo final en el diálogo de las voces.
La conjunción entre estadios y el conocimiento en saber manejar la variedad de intensidades y emociones fue uno de los factores determinantes para el triunfo de la interpretación. Un público en pie delante de unos Monteverdi Choir y English Baroque Soloists excepcionales, y con un Gardiner de exigencia y disposición perfecta, creador de un corpus vocal y musical dinámico en esta lectura, con tanta significación textual y musical, que testifica el por qué de la posteridad de la Misa de Bach en el ideario musical.
Sobre nuestra calificación