Mientras que una residencia universitaria es un lugar que ofrece alojamiento y comida a los estudiantes, un colegio mayor es mucho más. Desde los históricos y nobles colegios hasta los más modernos y humildes, en todos se pretende ofrecer al estudiante, además del alojamiento, una vida cultural dentro de su casa temporal. Se crea así una comunidad de estudiantes, los cuales se involucran en la gestión de debates, ponencias y toda clase de eventos culturales y deportivos para sus colegas. En los colegios mayores suele, además, reinar un bendito caos, tan propio de la etapa universitaria.
Quizás tratando de hacer un guiño a esta caótica vida estudiantil comenzó el concierto de Il Giardino Armonico de manera un tanto torpe. Con diez minutos de retraso, una afinación inconstante y sin ser capaces de emitir un sonido cohesionado, y con una relación entre secciones completamente desequilibrada. Stefano Barneschi interpretó los soli del Concierto núm. 2 para cuerdas y bajo continuo de Durante con un timbre chirriante, muy lejos de su sonido habitual, taimado y en diálogo con la orquesta. Los movimientos de Antonini como director fueron, igualmente, caóticos. El conjuntó necesitó, entre obra y obra, dedicar unos minutos a volver a afinar. Barneschi se trasladó incluso hasta el lugar de los bajos y los violines segundos para cerciorarse de que la afinación era la correcta. En el colegio mayor, solíamos darle el impropio nombre de “jefe de estudios” a aquel estudiante elegido entre los colegiales que se encargaba de poner algo de orden cuando la cosa se desmadraba. El esfuerzo de Barneschi cumplió las expectativas: en el concierto de Barbella el resultado fue notablemente mejor. Aun así, los violines solistas se escucharon poco, no lograron que se apreciara correctamente el diálogo a tres que plantea en su obra el compositor y violinista napolitano, pero pudimos disfrutar de la excelente calidad tímbrica del mandolinista Avi Avital.
En la Sinfonía núm. 1 de Carl Philipp Emanuel Bach, por fin escuchamos el sonido propio de Il Giardino Armonico. Esta vez, sí, la armonía estaba construida desde el grave. Violonchelos y contrabajo mostraron un sonido bien apoyado y con el impulso rítmico que pide el Allegro di molto inicial. Pudimos escuchar también ambas secciones de violines mucho más conjuntas, estables y ágiles. El Concierto en re menor para flauta, mandolina, cuerdas y bajo continuo, BWV 1060, de Bach padre fue uno de los momentos más esperados de la velada y no defraudó. Antonini suplió sus caóticos movimientos y su afinación ligeramente inestable al comienzo con una articulación, unos picados, que hicieron las delicias de los amantes del género barroco. La orquesta supo mantenerse en un segundo plano en el Adagio con unos pizzicati dulces y paisajísticos, mientras que en el Allegro final, los solistas lograron entablar una conversación que, en el marco incomparable de Granada parecía sacada de una escena de Las mil y unas noches.