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Radu Lupu mostró toda su excelencia en el Auditorio Nacional

Por , 11 mayo 2018

Enmarcado en el 23 Ciclo de Grandes Intérpretes, auspiciado por la Fundación Scherzo, durante una temporada que ha reunido a algunas de las personalidades más destacadas en el ámbito pianístico -verbigracia, Grigory Sokolov, Roberto Prosseda o Mitsuko Uchida-, la visita de Radu Lupu a la Sala Sinfónica del Auditorio Nacional constituía, sin duda, uno de los eventos musicales más especiales del curso 2017/18. Con una trayectoria deslumbrante a sus espaldas, contemplando una carrera que rebasa los 50 años, el virtuoso rumano del teclado mantiene su actividad internacional colaborando con las mayores orquestas del mundo y ofreciendo recitales en los escenarios más prestigiosos. Sin embargo, su figura se halla despojada de todo alarde o exageración. Lupu, que no concede entrevistas ni necesita alimentar ningún aura mediática -por lo demás, sobradamente consagrada-, se preocupa únicamente de interpretar. Y a este talante concienzudo -por sí mismo laudable- es preciso añadir un elemento fundamental en la ocasión que nos ocupa: Franz Schubert. Así lo atestiguaban los programas de mano, que delineaban un itinerario cautivador a través de tres de las obras que mejor revelan la intimidad y el genio del compositor vienés: Seis momentos musicales, D.780, Sonata en la menor, D.784, y Sonata en la mayor, D.959.

Lupu inauguró el Moderato en do mayor de los Seis momentos con miramiento y un timbre sobrio, dibujando con claridad el movimiento undoso de los compases inciáticos, pero dotando a la introducción de empaque, en una expresión equilibrada de gracilidad pesante. Merece ser elogiada la completitud del discurso, que no renunció a un sonido lleno en los tramos de articulación breve, así como tampoco abusó de la dinámica en los acordes de resolución. Una inclinación hacia el vuelo lírico -si bien, más próximo al tono denso y grave que a lo ligero o la floritura- pudo comprobarse en el Andantino en la bemol mayor y el Moderato en do sostenido -mostrando, con base en la vivacidad de su tempo, un menor recogimiento-. También se rindió tributo a la celebridad del Allegro moderato en fa menor con una exégesis fabulosa, retomando el carácter lúdico ya esbozado en el primer número y construyendo un interludio de relieve desde la miniatura. Por último, el Allegro vivace en fa menor y el Allegreto en la bemol mayor propiciaron un retorno invertido a las piezas segunda y tercera, trastocando la misma tonalidad en el escenario para lo extrovertido -Allegro vivace- y la trascendencia meditativa -Allegretto-, en un ejercicio que apunta ineludiblemente -con igual pericia- a la atmósfera de los Impromptus.

Siguió la Sonata en la menor, pieza mayúscula del repertorio schubertiano, aunque eclipsada en cierta medida por el amplio reconocimiento otorgado al ciclo de las tres sonatas postreras. Lupu elevó la partitura a la esfera de lo sublime en el Allegro giusto, con una mano izquierda adecuadamente más profunda que la función melódica -reservada al registro agudo-, obrando una compensación con criterio y que no prescindió del brillo ni la luminosidad desgranada por la mano derecha. El Andante prolongó la senda introspectiva y la riqueza emotiva. Lupu, con un primoroso autodominio -siempre en el espíritu de la contención y no de lo represivo, traducido en un empleo justo del pedal-, ofreció la lectura de una página en la que el numen y la hondura de Schubert se muestran con toda desnudez y profundidad, habilitando la reverberación cómplice del alma y su conmoción. El viaje se cerró con un Allegro vivace a la altura de lo anterior, concentrado y redondo; en suma: arrobador.

Tras el receso protocolario, asistimos a una de las cimas pianísticas de la forma sonata: Sonata en la mayor, D.959. Desde el rasgo más evidente de su extensa dimensión -se trata de la segunda incursión en el género con mayor duración de Schubert, después de la sonata núm. 23, D.960- hasta el desarrollo estilístico, culminado en el encadenamiento de cuatro movimientos absolutamente plenos en sí mismos, o el fulgor inagotable del Adantino en fa sostenido menor, convertido hoy en sinécdoque del talento schubertiano, la confrontación con esta pieza deviene, en las manos competentes, una experiencia intensamente existencial y catártica. Así lo pudimos vivenciar merced a la maestría de Lupu, que desplegó las más altas cotas de sentimiento desde una veteranía y comprensión que trascienden la mera técnica o el puntual despiste memorístico. El prodigio musical del rumano nos concitó en un encuentro con la inmensidad del pentagrama, desplegando de inicio a fin toda la grandeza de ambos polos del binomio.

Esencialmente, en esto radicó el efecto de una lectura transformadora, que nos recordó la talla de un intérprete tan ínclito como humilde. Es la consecuencia lógica, el manifestarse arrollador de la excelencia sin alarde. 

****1
Sobre nuestra calificación
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Crítica hecha desde Auditorio Nacional de Música, Madrid el 8 mayo 2018
Schubert, Seis momentos musicales, D.780
Schubert, Sonata para piano núm. 14 en la menor, D.784
Schubert, Sonata para piano núm. 20 en la mayor, D. 959
Radu Lupu, Piano
Limpid clarity: Lupu, Järvi and the Philharmonia
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Radu Lupu, le pianiste qui murmure Schubert à l'oreille du public
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Lahav Shani énergétique à la tête de l’Orchestre de la Suisse Romande
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Lupu’s Mozart touches the sublime
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Der späte Schubert im Schleier altersweiser Erinnerung: Radu Lupu in Baden
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