Sylvain Gasançon, nuevo director de la Orquesta Filarmónica de la UNAM, dirigió una interpretación del arreglo orquestal de Lorin Maazel de 1987 de El anillo del nibelungo de Richard Wagner, apropiadamente titulado El anillo sin palabras. (La también programada San Francisco Polyphony de György Ligeti se canceló en el último momento). Reducir quince horas de música a solo 70 minutos no es una tarea trivial, y Maazel comentó que se tuvo sumo cuidado en no insertar ninguna nueva música de transición y que las líneas vocales se cedieron a la orquesta solo mínimamente. Así, gran parte de El anillo sin palabras está compuesta por la música puramente orquestal del Anillo completo: contiene cuatro fragmentos de El oro del Rin, cinco de La valquiria, seis de Sigfrido, y seis de El ocaso de los dioses.
En esta ocasión, la elección de los tempi, desafortunadamente, no reflejaba una comprensión profunda de la obra, y estos no resultaron acertados. El preludio de El oro del Rin está marcado como Ruhig heitere Bewegung (Movimiento tranquilo y sereno), pero el tempo abordado, muy lento, hacía que el movimiento ondulante de las aguas del Rin fuera casi estático. La representación del Valhalla inmediatamente después del preludio fue mejor, con los cuatro intérpretes de tuba wagneriana tocando afinadamente en una mezcla equilibrada con el resto de la orquesta. Pero el descenso a Nibelheim volvió a toparse con desencuentros de dinámicas, fraseo y equilibrio: los yunques entraron muy fuerte, el solo de trompeta que toca el leitmotiv del Oro quedó algo ahogado por el resto de la orquesta, y el frenesí general, representado por el frenético ritmo de tresillos punteados, se perdió en medio de una falta de tempo claro.
En La valquiria, los momentos de solo o dúo (por ejemplo, la vocalización de Donner por el trombón o los solos de flauta y violonchelo en la primera escena) brillaron con una excelente musicalidad. Pero los momentos tutti volvieron a sufrir: la famosa "Cabalgata de las valquirias" se tocó con un tempo y una dinámica apropiados, pero el ritmo punteado característico no estuvo muy exacto. La despedida de Wotan, que es posiblemente el clímax de La valquiria (y quizás de todo el Anillo), adoleció de entradas coordinadas; además, unos ritardandi arbitrarios que, aunque aparentemente inherentes a una música tan lírica, fueron desaconsejados por el propio Wagner cuando ensayaba el Anillo, según informó el crítico musical Heinrich Porges: "el significado emocional de un pasaje puede tentar a los cantantes– y también a los instrumentistas– a prolongarse; tal prolongación es en realidad una forma de autoindulgencia, totalmente carente de estilo, la muerte del diálogo genuinamente dramático".