Parece imposible disociar a Kurt Weill del tándem que formó con Bertolt Brecht y quizá por eso sus obras compuestas en su exilio estadounidense apenas se representan hoy en día. Street Scene se estrenó en Broadway en 1947 y, aunque es uno de sus trabajos más ambiciosos, es hoy una verdadera rareza. Weill condensó sus diez años de experiencia en Broadway en una “Ópera Americana” que trataba de sentar las bases de un nuevo lenguaje musical, combinando diálogos, números cerrados y arias en un continuum dramático.Igual que la frase que abre y cierra el Acto I, Street Scene es como una canica y una estrella: Weill tomó el detalle descarnado de la vida diaria y lo evaporó en los efímeros sueños de Broadway, refinando el agrio cinismo de sus obras alemanas y destilándolo en un hilo narrativo de amargura y desengaño. El Musical es aquí un tema en sí mismo, casi un leitmotiv que simboliza la jovialidad vacía y las fantasías quebradas de los personajes. Como en la obra teatral de Elmer Rice, el argumento aparente (el asesinato de Anna Maurrant por su marido) es sólo un pretexto para dibujar con un realismo absorbente la vida vibrante de este vecindario neoyorquino.
Para reivindicar este título fundamental, el Teatro Real ha renovado y desarrollado la producción de John Fulljames para el Opera Group y el Young Vic que ganó el premio Evening Standard al mejor musical en 2008, en una nueva co-producción con la Ópera de Montecarlo y la de Colonia. En esta nueva versión, la escenografía de Dick Bird ha evolucionado a una masiva escalera de incendios de tres pisos que deja los ingteriores de los apartamentos a la vista. Aunque así se pierde toda referencia visual a los edificios de piedra marrón característicos de East Side Manhattan, la estructura es una solución ágil a las constantes entradas y salidas, y la brillante iluminación de James Farncombe compensa la inicial falta de contraste y ambientación. Unos pocos trazos abstractos, como la tubería al rojo vivo que lleva al apartamento de los Maurrant, el horizonte de luminosos de la Ciudad Desnuda detrás de la casa, o las ligeras coreografías de los números de musical, rompieron con un lenguaje visual por lo demás realista y contribuyeron a un gran espectáculo.
En general, todo estuvo bien ejecutado pero no tuvo el nivel de energía y automatización que el ritmo frenético de Street Scene requiere. Lo mismo se podría decir de la orquesta, dirigida por Tim Murray, que tocó con el pulso necesario pero le faltó el sabor local y a veces el toque ligero de esta ecléctica partitura. Como no tuvieron que preocuparse de unas voces que estuvieron plenamente amplificadas pudieron contrastar bien las texturas y las dinámicas de la orquestación de Weill.