Como poder reivindicativo que tiene el arte, la música tiene la capacidad adicional de provocar la sugestión más emotiva en los sentidos humanos, especialmente cuando interpela a una emoción universal. Una reflexión intimista entorno a la paz tiñó el auditorio catalán en búsqueda de concienciación bajo este sentimiento y necesidad vital para la convivencia humana: una lectura musical que tuvo como punto de revisión a su antónimo, la guerra. Temática trabajada por muchos compositores a lo largo de la historia con la intencionalidad de abrir senderos de encuentro que remiten al conflicto armado, haciendo alusión directa a nuestro panorama mundial actual. Para ello, la Orquestra Simfònica del Vallès, dirigida por la batuta de Xavier Puig y acompañado de diversas corales del territorio comarcal, llevaron a cabo un programa de compromiso antibélico donde se utilizó a la música como única arma para combatir el rechazo a lo ajeno.
Fanfare for the Common Man de Copland inició el recorrido transitando especialmente en la sonoridad de la percusión y los metales, siendo la primera alegoría de la evocación de las contiendas. Entre una obertura gobernada por lo percutido con unas trompetas unilaterales, la fanfarria de la pieza se desarrolló con la sintonía dada por los materiales populares de los ritmos y la sofisticación orquestal que lo llevaba a cabo, sosteniendo la imagen de heroísmo homenajeado de los combatientes aliados de la Segunda Guerra Mundial. Con el uso de las trompas, trompetas, trombones y tuba, las líneas melódicas fueron marcadas al unísono por la progresiva incorporación de los metales, que inculcaron en la sala una sonoridad abierta acompañada de los timbales. Una ejecución que Puig dirigió bajo la premisa de la simplicidad evocadora y de la pureza de la transcripción frente al sonido militar, destacando la solemnidad del lenguaje intrínseco de Copland.
Las evocaciones continuarían con el Adagio/Agnus Dei de Barber, en la que los fortissimi, los clímax progresivos y la transcendentalidad de su intimidad conducían las dinámicas de los temas. De cariz emotiva por la elementalidad de sus pocas notas vertebrales que impulsaban el movimiento, los fraseados y las reformulaciones de las melodías componían el acompañamiento de las voces corales, compartiendo una interpretación basada en las variaciones motívicas de la base original de la obra. Previa a la obra más representativa del programa, el canto árabe Zikr de Rahman puso el contrapunto tanto cultural como interpretativo, pieza de la banda sonora que creó para el documental dedicado a la oración musulmana, siendo esta vez un arreglo de Ethan Sperry.