La Sinfónica de Galicia ha sorprendido con la puesta en marcha de un intensísimo e inesperado ciclo de música de cámara. Bajo el lema de acercar la música a todos los públicos, pequeños grupos de músicos de la OSG ofrecieron programas variados no solo en distintos espacios de A Coruña —museos, fundaciones y otras salas de la ciudad— pero también en hospitales y residencias de mayores, subrayando el compromiso social y educativo de la orquesta. Veinte conciertos en pocos días; un auténtico despliegue que confirma que la vida musical de la ciudad va mucho más allá del sinfonismo de abono. Entre ellos destacó el celebrado en la Fundación Luis Seoane, protagonizado por los miembros del Orphelion Ensemble, Deborah Gonsalves y Berthold Hamburger, quienes ofrecieron un exigente recorrido por obras de Glière, Martinů y Schulhoff, idéntico al programa de su exitosa grabación discográfica.
El recital se abrió con los Ocho piezas, op. 39 de Reinhold Glière, ciclo de miniaturas compuesto en 1909 que destila el refinamiento de un tardorromanticismo ya en tránsito hacia el siglo XX. Gonsalves y Hamburger construyeron una lectura de líneas nítidas y fraseo flexible, que combinó elegancia y carácter. Supieron extraer de cada pieza su propio aliento expresivo: la cantabilidad intimista de la Berceuse, la transparencia mozartiana de la Canzonetta o el brío ligero de la Gavotte y el Scherzo se hilvanaron con naturalidad dentro de una dramaturgia interna sutil. Fue un Glière de refinamiento camerístico, atento al color y a los matices dinámicos, donde el virtuosismo nunca se impuso al canto. La reverberante pero nítida acústica de la Fundación Luis Seoane realzó la belleza y sensibilidad de esta música olvidada.
El centro de gravedad del concierto lo ocupó el Dúo núm. 1 de Bohuslav Martinů, obra de áspera modernidad y formidable vigor estructural. Una abrumadora partitura, despojada de todo sentimentalismo, que impone a los intérpretes un diálogo tenso, casi físico, entre la energía y la introspección. Gonsalves y Hamburger ofrecieron una lectura de enorme compromiso, seca en los ataques, precisa en los contrastes y siempre atenta a la arquitectura interna. El Preludium inicial se desplegó con un sentido discursivo impecable, mientras el Rondó alcanzó cotas de energía casi brutal, acentuando el juego de desplazamientos y silencios característico del checo. En el solo central del violonchelo, de lirismo quebrado, Hamburger generó intensidad sin afectación, revelando el trasfondo humano de esta música de acero. Fue, sin duda, el momento más alto de la noche.