Tras el apasionante inicio dodecafónico de la temporada, la Sinfónica de Galicia diseñó un programa más convencional para su segunda entrega y disfrutamos de una interesante confrontación entre una obra de juventud de Brahms -su Concierto para piano núm. 1- y una obra de madurez de Antonin Dvořák -su Sinfonía núm. 7. En el pódium, el director holandés Otto Tausk, titular de la Sinfónica de Vancouver y al piano, el noruego Leif Ove Andsnes.
La velada supuso una magnífica oportunidad de contrastar la música de dos compositores que no sólo fueron contemporáneos en el espacio y en el tiempo, sino que incluso estuvieron unidos por una estrecha amistad que permitió que sus respectivos talentos creativos fluyesen e influyesen mutuamente de una forma única en la historia de la música.
Todos los implicados dieron lo máximo para que esta confrontación se librara en igualdad de condiciones, sin embargo, el resultado musical fue muy dispar. Así, en la primera parte, el Concierto de Brahms estuvo lastrado por una concepción introspectiva y otoñal, muy alejada de la fogosidad juvenil del veinteañero Brahms. Acertadamente, Otto Tausk le ahorró a la introducción orquestal la exacerbada gravedad que tantos directores derrochan en ella. Esta música es ya de por sí lo suficientemente pesante como para tener que enfatizar innecesariamente sus claroscuros. El problema llegó con el segundo tema en el que Andsnes, tan famoso por la precisión y elegancia de su pianismo, como por su sobriedad y contención, optó por una interpretación introspectiva, nostálgica, más propia de las piezas que el Brahms tardío compuso en la imperial Bad Ischl, que de las épicas baladas hamburguesas en las que este concierto germinó.