Tras su reciente debut en la temporada de la Filarmónica de Berlín, Dima Slobodeniouk, se reencontraba con los aplausos de su público coruñés para ofrecer un programa compuesto por música de la primera mitad del siglo XX. Si bien el concierto berlinés estuvo igualmente conformado por clásicos del siglo XX, ambos programas se situaban en las antípodas musicales: una selección constructivista soviética en Berlín y un claro homenaje a la música de Ravel en Coruña.
Como si se estuviese auto-aplicando una especie de bálsamo sonoro, Slobodeniouk dirigió un bucólico programa configurado por dos notables ejemplos del Ravel más sensual y por la obra más edulcorada y popular del Rachmaninov concertista: la Rapsodia sobre un tema de Paganini. Fue en ella el solista el pianista de San Petersburgo, Alexei Volodin.
No sólo la elección de las obras, sino también la forma de abordarlas demostraron que asistíamos al lado más amable de la personalidad directorial de Slobodeniouk. Así, aunque en el pasado ya hemos disfrutado de un par de interpretaciones de la Pavana de Ravel, ésta fue de todas ellas la más voluptuosa; la que más libertad dio a las cuerdas para que recrearan esa memorable sensación de nostalgia atemporal. Fue una pena que unas notas imprecisas de la trompa al inicio de la obra privaran a esos primeros compases de la necesaria magia.
Inevitablemente una obra como la Rapsodia Paganini ha de transmitir fuego a cualquier precio, y ciertamente en este caso tanto Slobodeniouk como Volodin no dejaron lugar a reticencias. No hubo ni el más mínimo rastro de superficialidad gracias a una interpretación incisiva, enérgica, en la que ya desde el primer intercambio entre el piano y las cuerdas se generó una empatía absoluta entre el solista y el director.
El tiempo vivo, al límite, fue en este caso un auténtico regalo. Y es que, a pesar de la velocidad, no se resintió lo más mínimo la articulación de un prodigioso Volodin. Sus dinámicas y agógicas siempre intensas no chocaron en absoluto con el carácter rapsódico de la obra. La abrumadora Variación núm. 8 fue en ese sentido, uno de los puntos culminantes de la interpretación. La Variación núm. 18 lo fue igualmente, pero lógicamente en el otro extremo del espectro expresivo.