Siguiendo la definición de Derrida, podríamos decir que el escenario del Teatro del Generalife, con sus árboles enmarcando el escenario, su última hora de luz que se escapa o su aroma floral que se acentúa al anochecer, constituye un parergon para la obra representada sobre esas tablas. A saber, un elemento que se sitúa fuera del texto, que no tiene una directa vinculación con el mismo y que tampoco tiene un significado específico, pero que lo exalta y finalmente le da sentido y unidad. La oscuridad, lo que se deja entrever fuera de los focos, los claroscuros del contorno mantienen un nexo con el mundo onírico y a la vez ctonio de las páginas de Debussy y Stravinsky que el Malandain Ballet Biarritz traían a Granada.
Las producciones más recientes de las obras de Stravinsky estaban precedidas por una pieza que Malandain estrenó ya en 1995 y que nos introdujo en el minimalismo escenográfico de toda la velada. En este L’Après-midi d’un faune, la roca arcádica del atrezo original se sustituía por una más prosaica caja de pañuelos que constituía el punto de partida para que el fauno, Mickaël Conte, pudiera desplegar sus movimientos. Estos, a la par de la música, se desenvolvían de manera fluida, jugando entre la sugestión de las travesuras del fauno y un clima que se desarrolla entre el sueño y la realidad. Con un estilo de gesto amplio, de corporalidad haciéndose valer en la totalidad del espacio escénico, Conte plasmó interesantes figuras aprovechando los esenciales elementos en escena.
A continuación, el resto de la Malandain Ballet se sumó para L'Oiseau de Feu. Malandain toma la versión de 1945 y confecciona una coreografía en la que los elementos contrastantes se amalgaman progresivamente. Por un lado, el personaje del pájaro, protagonizado por Hugo Layer, vestido con un maillot rojo, se caracterizó por un estilo de articulaciones extendidas, casi exacerbadas, al mismo tiempo que imponía su fisicidad con respecto a las demás figuras en escena. Por otro lado, Malandain introdujo elementos más clásicos como en el número de las princesas en el jardín o más líricos como el momento entre el Pájaro, Claire y François, en el que, conjugando un estilo más libre y posiciones sincronizadas, se daba vida a bien combinados efectos cromáticos. En tal sentido, tanto el vestuario como la iluminación, aprovechando ese efecto parergon antes mencionado, fueron eficaces: contra el maillot rojo de Layer, los demás bailarines llevaban un vestido de corte similar a lo largo de toda la pieza, pero cambiando los colores, con una gama que fue desde el negro hasta el blanco, pasando por el azul tenue y el gris. Ello exaltaba el contraste, acentuado por una coreografía de círculos y bloques que solamente hacia el final, cuando el Pájaro resurge de las cenizas y cambia el rojo por el dorado, el entero reparto se alineó de manera más clásica.