El programa elegido para concluir el XXV Ciclo de Lied habría de considerarse sumamente representativo en lo que a este repertorio se refiere: Schubert, Schumann, Brahms o Wolf, entre otros. Y sin embargo, hubo elementos poco habituales y sumamente interesantes: por ejemplo, se arrojó luz sobre Joseph von Eichendorff, poeta alemán ahora menos conocido que sus contemporáneos Heine o Goethe, pero cuyas poesías fueron puestas en música por muchos de los compositores decimonónicos, además pudimos escuchar un melodrama compuesto por Nietzsche, pero sobre todo pudimos escuchar no sólo cantar, sino también recitar. De hecho, la estructura de la velada se articuló a través de la alternancia entre lieder, dúos, melodramas y poesías recitadas y tuvo como protagonistas a Thomas Quasthoff (que si bien se jubiló como cantante, no dijo adiós al escenario), al tenor Michael Schade y al barítono Florian Boesch, acompañados sabiamente al piano por Justus Zeyen.
Recitar poesías sin acompañamiento musical entrañaba un cierto riesgo, sobre todo debido a la barrera lingüística (me atrevería a decir que siquiera estamos demasiado acostumbrados a hacerlo en nuestra propia lengua), pero la maestría de Quasthoff fue soberbia: de sus palabras brotaban imágenes que a través de sus variaciones de tono cobraban movimiento, siendo el suyo un cantar sin necesidad del canto, una voz que explora todos los registros sin renunciar a su centro. Lo pudimos comprobar desde el comienzo con An Philipp, que hizo de preludio al primer bloque de canciones, textos de Eichendorff con música de Mendelssohn y la voz de Michael Schade. El tenor manifestó una buena articulación y presencia, aunque parecía algo incómodo en un registro más elevado. Su voz tiene caudal pero, al menos en estas primeras piezas, careció de versatilidad. Tras otro breve recitativo, y siempre con música de Mendelssohn asistimos a la primera serie de dúos, entre tenor y barítono. Los lieder, agradables, se desplegaron sin complicaciones y con complicidad, aunque es cierto que los registros de las dos voces masculinas se solapaban un tanto, perdiendo posibles matices que se hubieran exaltado mejor con voces más contrastantes.
Siguió una de las curiosidades: el melodrama con texto una vez más de Eichendorff pero con música (solamente el acompañamiento del piano) de Nietzsche. La composición como tal no tiene mucha trascendencia, siendo un destilado de romanticismo bastante elemental desde un punto de vista musical, pero Quasthoff brilló en su recitación, ahondando en la profundidad y gravedad de un texto lúgubre y pesimista que, no es de extrañar, sedujo al filósofo alemán.