La ejecución de la integral de los cuartetos de Beethoven es una manera magnífica de celebrar los veinte años del Cuarteto Casals, y hacerlo además introduciendo obras de compositores contemporáneos en los respectivos programas de todo el ciclo, es un ulterior aliciente porque nos permite comprender el sentido trascendental de esta forma musical tan célebre como al mismo tiempo enigmática, casi esotérica. El propio Beethoven explicaba en una carta al compositor Georg Smart, justamente refiriéndose al Cuarteto, Op.95, interpretado en este concierto, que esa composición no debía ejecutarse de forma pública, sino en un ambiente privado. Añadía además que si su interlocutor quería un cuarteto para un concierto más general, el compositor habría escrito algo para la ocasión. Esta afirmación nos permite comprender la consciencia de Beethoven sobre la evolución que él estaba marcando con respecto a la forma cuartetística, tal como concebida por Haydn y Mozart. Ya nada tenía que ver con una música de entretenimiento, por muy maravillosa que fuera, ni para el público, ni para los intérpretes aficionados: era música absoluta, en el sentido literal del término, ab-soluta, esto es, desligada, liberada de todo los vínculos contingentes, de las pautas convencionales.
Solamente a partir de este presupuesto podemos entender el sentido de la interpretación del Cuarteto Casals y el hecho mismo de que afronten una integral. Entre las características excelentes de la formación hay que destacar su capacidad de sonar como un conjunto compacto y al mismo tiempo mantener el matiz personal de cada uno de los solistas; esto se traduce en una articulación clara de los pasajes, con una perfecta capacidad de hacer circular una misma frase entre las varias voces, alimentando el rico y siempre más elaborado lenguaje contrapuntístico de las piezas beethovianas.
El concierto comenzó con el Cuarteto en fa menor, Op.95: la obra presenta un sesgo trágico típico de la producción beethoviana de ese periodo, que es sin embargo matizado por los Casals a favor de un sonido nítido, mostrando las transparencias de un discurso continuado. Esto fue particularmente notable en el segundo movimiento, donde la tensión traza casi una única frase ininterrumpida con ese tema inicial que, después de su distensión, vuelve a proponerse vivazmente en el último segmento, en el que los intérpretes añaden la justa vivacidad. Siguió el Cuarteto núm. 4 de Benet Casablancas: en un único movimiento y explícitamente pensado para ser ejecutado junto con las obras de Beethoven, “Widmung” contiene alusiones al Op.130, pero nunca se complace en la simple imitación, sino que busca vías alternativas a partir de recursos similares. Es una forma de repensar ese movimiento esencial que constituye la profunda intención de la escritura para cuarteto de cuerda desde Beethoven hasta nuestros días.