Sería fácil decir que la música une lo que la historia ha lacerado, pero no es exactamente así: la historia dolorosa que representa la esclavitud no puede saldarse únicamente a través de un concierto de músicas de distintos continentes. La intención de Jordi Savall es otra y podría resumirse como un proyecto de una ontología de la diversidad, de una ontología de los múltiples orígenes sin renunciar a la violencia y a la contraposición que reside en ellos, esto es, como un ejercicio de memoria que no puede ser nunca aséptico.
Ante todo, cabe decir que el concierto que Jordi Savall presentó en el Auditorio Nacional ha de definirse propiamente como un proyecto musical de calado histórico y con una dimensión cultural profunda, capaz de marcar un hito en la forma de entender qué significa pensar la tradición occidental y la música clásica. En tal sentido, hablar de la actuación de anoche requiere una doble atención: por un lado, no podemos omitir el aspecto musical, que nos trajo algunas músicas inesperadas y de gran valor, junto a una organización escénica del espacio innovadora; por el otro, hemos de hablar del significado, explícito, que este proyecto tiene en términos filosóficos y humanos para Jordi Savall.
En términos musicales, fue muy interesante ver cómo se conjugaban tradiciones de tres continentes (África, América y Europa), que atravesaban los siglos, sin perder por ello la actualidad que solamente la tradición oral y la capacidad de improvisación pueden mantener. Tradiciones que apuntaban a una forma distinta de comprender el espacio escénico, con las danzas de origen africano y sus derivaciones americanas, o que se plasmaban en el contraste cromático de la indumentaria de los miembros de los diversos ensembles; pero más allá de los aspectos visivos, lo más interesante era la capacidad de conjugar todas esas piezas unas tras otras (e incluso alguna vez, unas dentro de otras): voces a capela, instrumentos de cuerda, percusiones e instrumentos africanos se alternaban y se combinaban en cantos de griot, formas musicales europeas con ritmos criollos o spirituals, sin solución de continuidad. Únicamente intercaladas por la voz recitante que leyó textos muy significativos que iban desde la descripción de los castigos infligidos a los esclavos, hasta un discurso de Martin Luther King de 1963, pasando por la abolición de la esclavitud en la República francesa de 1848. Era una forma de re-presentar aquello que efectivamente tuvo lugar, si bien en situaciones probablemente mucho menos acomodadas que la de una sala de conciertos.