Hay días en que se puede adivinar el desenlace de un match al contemplar la primera parte del encuentro. Durante la pausa entre los actos II y III, en el foyer y en los palcos se comentaba de manera casi unánime que el resultado de este Nabucco se resolvería en los dos últimos actos, cuando ya han presentado sus credenciales los dos grandes protagonistas de la obra de Verdi: Abigaille y Nabucco. En este caso la responsabilidad iba de la mano de Martina Serafin y Ambrogio Maestri que, junto a la heterodoxa pero efectivísima versión de Daniel Oren cumplieron con su cometido acompañados por un coro que supo afrontar el reto que supone esta ópera para cualquier conjunto.
Pero volviendo a la primera parte, desde la obertura director y orquesta dieron muestras de un entendimiento mutuo, levantado los primeros bravi del público.
La escena de Daniele Abbado no agradó del todo, sin una dramaturgia que diera muchas pistas de su intención y con demasiados recursos ya vistos.
El bajo ucranio Vitalij Kowaljow, aunque se entregó en el papel, no supo trasladar a la platea el grado de autoridad que conlleva el rol de Zaccaria, con unos graves algo escasos para el coliseo y problemas para salvar el "muro" de coro y orquesta como en la cavatina "D'Egitto là sui lidi". Aunque con el paso de la velada fue ganando confianza, como se pudo escuchar en la cantinela acompañado de los violonchelos.
Discretos ante los protagonistas estuvieron Alessandro Guerzoni como Gran Sacerdote de Baal y Javier Palacios como Abdallo, y muy meritoria la Anna de la catalana Anna Puche.
El dúo de enamorados que son Ismaele y Fenena no tuvo un voltaje demasiado alto, con un Roberto De Biasio bastante frío y un tanto hierático y una Marianna Pizzolato si bien más que correcta en lo vocal, también algo falta de química con el tenor, aunque supo mantener el tipo en el terzettino que inicia su hermana Abigaille con el "Io t'amava!...".
Pero con la aparición de la Abigaille de la austriaca Martina Serafin subió el nivel; y en la gran escena que es el segundo acto, coronada con el aria "Anchio dischuso un giorno", nos enseñó sus credenciales: una técnica depurada y una fuerza vocal ad hoc para uno de los caballos de Troya del repertorio femenino de la historia de la ópera, con sus saltos imposibles, exigencias belcantistas y máxima entrega de soprano dramática para afrontar la segunda parte. Después de la pausa nos ofreció un memorable gran dúo en "Donna chi sei", haciendo de perfecta partenaire del Nabucco de Maestri. Su Abigaille es fría como el hielo y parte desde el rencor más profundo sin dar atisbos de la debilidad humana que mostrará al final de la ópera. Es más, si algo se echó de menos fue un poco más de follie en ese mar de contradicciones que, como todo ser humano, tiene Abigaille en su cabeza, sin por ello menoscabar una actuación sobresaliente, y que augura grandes triunfos si sabe cuidar su voz escogiendo los roles, y es que la Serafin también blande las lanzas de Turandot, Siglinde, Feldmarschallin etc… máxima exigencia para una voz tan dúctil como potente.