Siempre es buen momento para mejorar. Para ello, se necesita una oportunidad. Y aunque todavía desconfiados algunos, los jóvenes pueden ser una gran apuesta si tienen esa oportunidad. Algo así me imagino que pensó Àlex Ollé cuando tomó las riendas de este proyecto, Òh!pera, el cual tenía como objetivo ceder un espacio para las nuevas propuestas de compositores del ahora. Con lenguajes completamente diferentes, las cuatro óperas seleccionadas destacan por su fijación en la actualidad; todas ellas de lenguajes opuestos y con presentaciones que rozan lo performativo. A pesar de los planteamientos magníficos, hubo desigualdad de resultados. Pero la acción fue muy aplaudida y, sobre todo, es muy necesaria para comenzar a cimentar la entrada de nuevos públicos a la ópera. Una entrada seria y firme al mundo escénico para compositores, músicos, directores, cantantes y alumnos de centros de diseño, también, con los que colaboran en cada proyecto. Una oportunidad para mostrar cómo entienden su tiempo a base de imaginarios y estéticas varias.
La primera de las presentaciones fue Entre los árboles de José Río-Pareja y Juan Mayorga como compositor y libretista, llevado a cabo en el Foyer del teatro. Obra en tres actos que muestra las dinámicas tóxicas entre tres amantes y examantes. Una escenografía que plantea lo atemporal con un espacio abstraído de todo; un espacio blanco, así como el vestuario de los participantes, que invitaba a pensar en cualquier sala de exposición contemporánea. Un conjunto compuesto por acordeón, arpa y violonchelo daban motivos musicales repetitivos, divididos cada vez más al paso de las escenas, con una partitura lírica poco intensa y con un libreto complicado de seguir. La soprano Andrea Megías fue la que más interés aportó al conjunto entero en cuanto a momentos musicales; los tenores José Manuel Guinot y Jorge Juan Morata tuvieron una buena ejecución, pero de todas las propuestas, Entre los árboles fue la menos fulminante. Fuese por un planteamiento pasado de minimal, su atmósfera apática o su regular interés musical de la partitura.
L’ocell redemptor rompió todos los esquemas. Representada en el tradicional Saló dels Miralls, chocaba con tal violencia su modernidad cyber-punk que el espacio adquirió un nuevo significado. Fabià Santcovsky presentó a una humanoide conectada a todas las calamidades de los terrícolas, planteando la idea de una nueva deidad artificial consciente, estadística y responsable de gestionar los horrores del mundo. Una estructura cúbica de metal y cableado retroiluminado ocupaba toda la sala, conectando a esta criatura a años luz, la soprano Adriana Aranda, al cubículo/patíbulo donde el espectador podía transitar libremente observando el drama post-apocalíptico desde diferentes ángulos. Un seguido de declamas en secuencias de números y conceptos fueron los que ocuparon gran parte del libreto, el cual se centró vocalmente sólo en la parte final, en la que el ente toma conciencia del drama humano y decide sacrificarse como única posibilidad de redención. Los momentos dramáticos auparon los momentos más destacados de un conjunto instrumental basado en violín y violonchelo distorsionado, bajo capas y capas de la electrónica del propio Santcovsky. Una quimera de mucho estímulo visual pero poco discurso musical, aunque resolutiva en cuanto a espectáculo en sí.