Un repleto Teatro de la Zarzuela se convirtió el pasado lunes en templo de veneración para los incondicionales al Ciclo de Lied del CNDM por varias razones. En primer lugar, porque Matthias Goerne es uno de los estandartes que más ha participado en las ediciones de este ciclo por su amplias dotes para este repertorio; en segundo, el público asistía a despedir el ciclo de esta temporada; por último, cualquier refugio del dantesco bochorno exterior es una grata alternativa.
Con un repertorio más que justificado en torno a la muerte pero estilísticamente dispar, el barítono, acompañado por Alexander Schmalcz, ofreció plena versatilidad ante la variedad de la selección de obras. Tras la Sonata op. 1 de Alban Berg en el reciente concierto de Elisabeth Leonskaja –quien acaba de ser condecorada por el CNDM artista honorífica– se interpretó en este concierto el siguiente opus del compositor alemán, Vier Lieder, adaptado a la voz de barítono. Berg hace aquí un uso del lenguaje musical a caballo entre la tonalidad extendida del tardorromanticismo y sonoridades atonales –la herencia de su maestro, Schoenberg– para expresar sensiblemente el sueño de la muerte. Los claroscuros de la voz de Goerne –bien definida en todos los registros y sin necesidad de engolar como suele acostumbrar el cantante– se sumergían en las letras de Friedrich Hebbel, propiciando un clima de silencio absoluto como antesala a cada pieza.
Con el salto cronológico, y por tanto estilístico, de los Cantos del arpista de Schubert el barítono dejó patente el legado que sus maestros, Fischer-Dieskau y Schwarzkopf, le brindaron. En los Cuatro cantos serios destacó la densidad que el piano romántico de Brahms puede ofrecer. Ante una interpretación soberbia en manos de Schmalcz, se produjo una suerte de diálogo perfecto entre los dos artistas. A través de una amplia gama dinámica, desde los pianissimi más sutiles hasta las declaraciones en forte más intensas durante el tercer poema "Oh, muerte, qué amarga eres", Goerne estremecía los sentidos del oyente.