En 1992 el compositor americano Lowell Liebermann compuso un concierto para flauta a instancias del virtuoso flautista James Galway, que a la sazón ya había superado las dificultades de su instrumento y demandaba nuevos retos a los compositores. La OCNE ha estrenado esta composición en España en el marco de su temporada "Locuras", y ha recurrido para ello al solista de la formación, José Sotorres, con David Afkham a la batuta. En el otro extremo del programa se ofreció la Gran Misa en do menor de Mozart. Programa dispar, a priori, pero con una cierta unidad formal, pues el concierto de Liebermann se nutre esencialmente de elementos de corte clasicista.
La matiné se abrió con una dedicatoria que la OCNE quiso ofrecer a José Luis Pérez de Arteaga, recientemente fallecido, y tras ello se inició el concierto con la composición de Liebermann. La obra, estructurada en tres movimientos contrastantes y provista de un material temático tonalmente asequible, comenzó con un ataque stacatto y moderado de las cuerdas, que sirvió de base para que Sotorres estableciera un fraseo meticulosamente cantabile y legato, y que se fue tornando brillantemente rítmico a medida que el material temático se iba sucediendo con verdadera vitalidad. El segundo movimiento estuvo dominado por un sentir expresivo de corte lírico donde destacó la capacidad del intérprete para proyectar un sonido aterciopelado y al mismo tiempo penetrante, muy cuidadoso con los registros más agudos. Y el tercer tiempo fue el movimiento de las velocidades "imposibles", y de los ritmos frenéticos, que puso a prueba el virtuosismo del solista y su capacidad de compenetración con el director y con su formación.
Pero ocurre que, aunque sobresaliente en la factura de la partitura, la composición de Liebermann se resintió tras la interpretación de la Gran Misa en do menor de Mozart. Y es que, al término de esta obra el concierto de flauta se sintió más bien como un recuerdo volátil que como una obra presente y duradera.