El paisaje ordena sus tamaños y sus distancias de acuerdo con nuestra retina, y nuestro corazón reparte los acentos, afirmaba Ortega y Gasset. La imagen, mutatis mutandis, tiene su aplicación en el episodio que nos convoca. El pentagrama a manera de paisaje; la orquesta, de lector; la batuta, sístole y diástole del discurso sonoro. El concierto 22 del Ciclo Sinfónico programado por OCNE despliega una topografía particularmente diversa: desde la música novísima de Falla hasta la consagración sinfónica de Elgar, pasando por el florilegio tímbrico de Torres. Juanjo Mena, Iñaki Alberdi, Elena de la Merced, José Manuel Sánchez, Alfredo García y ONE acometieron resueltamente la multiplicidad de estilos, cuajando con maestría un vívido retablo de subsunción.
El ejercicio dio comienzo al abrigo de la página española: Manuel de Falla y Jesús Torres. El retablo de maese Pedro, rara y noble avis en formato operístico de cámara (a pesar de constituir, según Francis Poulenc, el más preciosista objeto musical de Falla, es interpretado con escasa frecuencia), presenta naturaleza de criatura berrenda. Con letra inspirada en la obra magna cervantina, pero espíritu próximo al crepitar vanguardista y la irrupción de lo neo- en las primeras décadas del s. XX (la doble dedicatoria ilustra de modo paradigmático tamaña ambivalencia: Winnaretta Singer, princesa de Polignac, y Miguel de Cervantes), este catálogo de cuadros para guiñoles supone el regreso (y la consiguiente evolución) del compositor gaditano al terreno lírico.
Pues bien, Mena, elenco coral y ONE encarnaron minuciosamente las desdobladas y dramatis personae (teatro dentro y fuera del propio teatro) de Don Quijote, Sr. Lledó, Maese Pedro, Sr. Segura, Trujamán y F. Redondo. Trazando un arco que parte del (pretendidamente) monótono pregón para soprano (¡Vengan, vengan a ver vuesas mercedes el Retablo de la libertad de Melisendra, que es una de las cosas más de ver que hay en este mundo!) y se cierra con la animada salva quijotesca en loor de la caballería andante, Sánchez, García y de la Merced mostraron precisión y energía durante el desarrollo de cada escena. Además, la reducida orquestación brilló y también fue protagonista: madera aportó el matiz folclórico, violines coparon de drama la acción y percusión, con intervenciones quirúrgicas, imprimió efectismo a toda la atmósfera.