Enfrentarse a una sinfonía de Mahler no es una tarea superficial, ni como público ni como intérprete. El propio compositor decía que "la sinfonía debe ser como el mundo, debe abarcarlo todo". Hablamos aquí de verdadera ambición. Su ejecución supone abordar universos completos, viajar mediante narrativas trascendentes a lugares desconocidos, más allá del alcance de las palabras. El director no solo tiene la labor de dar vida a una partitura compleja, sino también el deber de mostrar la dimensión trascendente y metafísica de unas obras que el autor concibió como intentos de respuesta a las más grandes preguntas, las que van de la vida a la muerte y a su síntesis en la resurrección, en el caso de su Segunda sinfonía.
Jonathan Nott es un experto en asuntos mahlerianos y, entre otras credenciales, ha grabado la integral sinfónica junto con su Bamberg Symphony Orchestra. En estas semanas se encuentra embarcado en un gira europea dirigiendo la colosal Segunda sinfonía 'Resurrección' junto con la reputada Gustav Mahler Jugendorchester, joven formación, que -sorprendentemente y a pesar de su nombre- es la primera vez que la llevan al escenario.
La pregunta obvia es si, aun en manos de un experto, un grupo de jóvenes talentosos tiene empuje, sabiduría y capacidades para abordar adecuadamente una de las partituras más emotivas, pero también más profundas y grandiosas del repertorio. Parece que en esta ocasión, atendiendo a su poderosa interpretación para Ibermúsica en el Auditorio Nacional de Madrid, han superado la prueba, y con nota.
Ya desde los primeros compases del primer movimiento -intensos trémolos en los violines y rotundas melodías en las cuerdas bajas- Nott y sus muchachos exhibieron las que serían las líneas maestras de su actuación: energía y precisión. Desde ese momento y con pulso ágil recorrieron la larga y variada marcha fúnebre demostrando dominio en los singulares recursos técnicos y expresivos que Mahler solicita: fanfarrias, cuerdas col legno, glissandi, ácidos sonidos en los metales con sordina y estruendos gigantescos que preceden a episodios de premeditado caos. Pero sobre todo, mostraron un notable dominio de las dinámicas para manejar los vertiginosos cambios tímbricos y de intensidad, organizados al unísono y sin perder la línea narrativa ni la coherencia emocional.
Tras un lírico y fluido segundo movimiento, Nott y su orquesta intentaron en el Scherzo el dominio de emociones más sutiles y complejas, y llenaron la sala de humor e ironía que hicieron evolucionar hasta lo grotesco, para finalmente exponer lo insoportable de la existencia. Gran tarea. Si para entonces nos quedaban algunas dudas sobre las capacidades reflexivas de la juvenil orquesta, se disolvieron a la fuerza en el intensísimo "grito de desesperación" final.