Siempre es visualmente atractivo el acceder a la sala sinfónica de un auditorio y ver en el escenario preparada la disposición de una gran orquesta. La extensa instrumentación de la Celibidachiana de García Abril, la obra que abría el concierto, permitía una exhibición, a la vez, sonora y visual. Sorprendía, aún más, al público alicantino la disposición orquestal con los contrabajos en el fondo del escenario. Una configuración —mantenida toda la velada con la excepción del Schumann— no demasiado habitual por estas latitudes pero que infunde una deliciosa profundidad a los graves.
Antón García Abril plantea en su Celibidachiana una obra de sonoridades amables y novedosas. Es una composición que, a pesar de su vanguardismo —con perdón de la expresión— puede llegar al gran público. Incorpora elementos del lenguaje musical del siglo XX (atonalidad, la orquesta utilizada como un instrumento único de percusión) pero sin abominar de elementos preestablecidos como la estructura o los motivos —algunos de ellos fácilmente reconocibles. García Abril se hace entender y conecta con la audiencia, sobretodo en sus pasajes más melódicos, en los que transpira una cierta ternura bucólica y pinceladas de factura romántica.
El Concierto para violonchelo y orquesta de Schumann pasó algo inadvertido. La orquesta estuvo bien acompañando a un solista que, a pesar de su indiscutible calidad, nos resultó un poco excesivo en el vibrato —que le llevaba a jadear algunas frases y a plantear unos agudos en demasía quejumbrosos. El punto más interesante lo puso el segundo movimiento y su pasaje de diálogo con el primer violonchelo. Truls Mørk deplegó en el tercer movimiento toda su agilidad de mano izquierda, se gustó en el registro medio del instrumento y, conteniendo el vibrato, planteó un resultado sonoro más interesante en la cadenza. Tras la batida final —el gesto de Jiři Bělohlávek propició un magnífico final sin rullo fitto colpo en el que la orquesta concluyó decidida pero no cortante— el público aplaudió sin demasiada emoción. La cortesía y la necesidad de escuchar un bis del solista mantuvo el aplauso que, en ningún momento, llegó a ser ovacionado.