A esta bellísima opereta se le presupone siempre contagiar el buen humor, la alegría y el amor a la vida, todo ello trufado de valses, polkas y risas y regado con buen champán, por lo que las expectativas creadas en razón a los intérpretes de esta noche eran muy elevadas. Y se cumplieron sobradamente en una función agradecida con todo el aforo en pie.
El conjunto orquestal de Les Musiciens du Louvre y su director y fundador, Marc Minkowski tiene más que acreditado un amplio conocimiento y sobrada experiencia en repertorios tan dispares como el Barroco y la Opereta francesa y Vienesa, sobre los que han ofrecido interpretaciones de referencia mundial en múltiples escenarios. Ello no obedece a casualidad alguna, si más bien a la implicación y perfeccionamiento de este conjunto en el repertorio que ofrece, y deja huella por donde quiera que va. Pese a que pueda existir alguna reticencia sobre las versiones no escenificadas, Die Fledermaus de Johann Strauss (hijo) es siempre esperado en fechas navideñas y esta velada cumplió sobradamente, ya que mejor que “versión concierto” tenía que haberse anunciado como “versión sin decorados”. Tanto el vestuario como la prestación actoral de todo el elenco fue de nivel más que excelente y adecuados a los embrollos argumentales de esta deliciosa obra, con gran complicidad entre todo el conjunto y de este con el público, que participó de sus chanzas y chistes, algunos de ellos de corte local. Resulta muy difícil reseñar, dentro de todos ellos algo que destacara sobre el nivel sobresaliente en conjunto. Si acaso la Adele de Alina Wunderlin, dotada de una prodigiosa voz de soprano ligera, firme en los sobreagudos, plena de expresividad y de coloratura asombrosa, a lo que unió una actuación cautivadora y plena de gracia y simpatía. No le fue a la zaga la Rosalinde de Iulia Maria Dan, de poderoso y seguro timbre, elegante en el cantar y en el actuar hasta parecer trasladarnos a los inexistentes —en esta ocasión—escenarios creados para esta obra. Memorables sus czardas del segundo acto, así como las escenas de conjunto del primer y segundo acto. Más que correctas, muy notables Ekaterina Chayka-Rubinstein y Sandrine Buendia en sus más ocasionales apariciones como Ilde y el Príncipe Orlofsky que resolvieron en el tono general de brillantez.