Ni el fuerte temporal que azotaba Barcelona estos días mermó la asistencia a uno de los conciertos más esperados de la temporada dentro del ciclo Palau 100. Y es que la presencia de Sir Simon Rattle y la London Symphony Orchestra es un reclamo como pocos para los melómanos de pro. Dentro de este año, donde celebramos el 250 aniversario del nacimiento de Ludwig van Beethoven, tendremos la oportunidad de revisitar sus grandes obras, pero también nos brindará la ocasión de conocer creaciones no tan conocidas como es el caso de su Cristo en el Monte de los Olivos, Op.85.
Como arranque de concierto y primera parte, las huestes londinenses nos brindaron una sinfonía capital del repertorio: la Sinfonía núm. 7, en la mayor, Op.92. Una obra tan programada que puede caer en el riesgo de la rutina interpretativa, o lo que es peor, la previsibilidad e indolencia a la hora de escucharla. Nada más lejos de la realidad, Rattle demostró que las grandes obras de la cultura, como es el caso de la Séptima beethoveniana, tienen una capacidad inacabable de sorprender y mostrar matices con el paso de los años y de las aproximaciones que hacen directores y orquestas. Considerada por muchos como la sinfonía más rítmica de las nueve del compositor de Bonn, la LSO y Rattle optaron por teñir de sensualidad el Allegretto del segundo movimiento y optar por la lujuria sonora en los movimientos tercero y cuarto, el fantástico Presto a modo de Scherzo y el Allegro con brio final.
La dirección de Rattle se mostró encarecidamente encauzada hacia los pequeños detalles, las "células madre" de la partitura, dejando a los intérpretes libertad para conducir la música bajo su atenta batuta. El resultado fue una interpretación llena de miradas de complicidad entre los músicos y director y un sonido fresco y dúctil como pocas orquestas tienen en la actualidad. La orquesta sonó siempre empastada con el clásico sonido de la cuerda de esta orquesta, donde el sonido emanaba desde cada uno de los primeros atriles hacia el resto de la formación. Especial mención para la sección de viento-madera, con unas fantásticas intervenciones de la oboe y el flauta solistas, arropados por las trompas y los timbales. Si hay una sinfonía ideal, tal vez sea la Séptima de Beethoven. Un sitio que revisitar, el cual nunca defrauda si la propuesta es tan enérgica y llena de matices como la de Rattle y la LSO en el Palau. El público ovacionó durante minutos a un Maestro que tuvo que salir a saludar hasta cuatro ocasiones.