Color, exuberancia, virtuosismo, exotismo y fuegos artificiales prometía el programa de anoche en un concierto aún con espíritu de inauguración de la temporada XLIX de Ibermúsica, con la London Symphony Orchestra, el director Jaime Martín debutando al frente de esta formación, y el violinista alemán Christian Tetzlaff. Obras de Falla, Lalo y Stravinsky para un juego de referencias y variaciones en torno al carácter popular de melodías que respiraban frescura y vitalidad, y que proponían plasmar esa misma sinergia entre el director español y la formación londinense.
A pesar de la aparente cohesión del programa, los enfoques y, en cierta medida, los niveles de ejecución fueron muy distintos entre las diversas obras. Las dos suites de El sombrero de tres picos abrieron la noche con un sonido poderoso, brillante, haciendo guiños a todos los motivos de carácter popular, enfatizando esa vitalidad rítmica que caracteriza la partitura, pero sobre todo deleitándose en la riqueza de color, de constantes variaciones y repeticiones que suceden a lo largo de las suites. Sin embargo, no obstante las ganas de empatizar con el público y de homenajear al compositor español, la ejecución sonó en ciertos momentos algo caricatural, justamente por la tendencia a explayarse en lo más folklórico, casi en el carácter ruidoso de algunos momentos, y descuidar empero las transiciones más interesantes, los detalles más innovadores que hacen de Falla un compositor universal. Le faltó probablemente a Martín algo de matiz y perspectiva en la organización y despliegue de la partitura, privilegiando el brillo, el efecto y el entusiasmo.
A continuación, para la Sinfonía española de Lalo, se sumó el violinista Christian Tetzlaff que se confirmó como un excelente intérprete dotado de gran virtuosismo y sensibilidad. La interacción entre solista y orquesta obligó al director a un gesto más medido y pausado, con menor desenfreno que en la obra anterior. La pieza de Lalo combina con gran eficacia lirismo romántico y novedad ibérica, algo que dio fama a su autor, así como que el dedicatario de la obra, Pablo Sarasate, lo incorporara a su repertorio. En la interpretación de Tetzlaff se escuchó más el lado romántico. El alemán brindó un sonido robusto aunque flexible, con un sentido melódico muy intenso, mientras se movía con habilidad entre los contrastes. Cabe destacar que en la propina que Tetzlaff concedió, “Gavotte en Rondeau” de la Partita núm. 3 para violín de Bach, en esos pocos minutos, relucieron mayormente las cualidades del alemán. Porque la obra de Lalo, si bien encantadora y técnicamente difícil, no es de una trascendencia musical incomparable, y probablemente tampoco tiene esas pretensiones. Sin embargo, con Bach, Tetzlaff alcanzó a mostrar su capacidad de plasmar un texto complejo sobre las cuatro cuerdas, con gran atención al tejido polifónico así como al carácter de danza.