El pulso cultural de un país se puede sentir en el interés por acudir a sus auditorios que tienen las orquestas más reputadas del mundo. Hace apenas un mes que, aquí en Bachtrack, publicábamos la lista de mejores orquestas y directores. Según ese ranking, Ibermúsica contó para el estreno de su 54ª temporada con la séptima mejor formación del globo comandada por el cuarto mejor maestro. Sin duda, las expectativas eran altas. Y precisamente, la cuestión de las expectativas fue lo que jugó una mala pasada a los ingleses en un estreno de temporada tan esperado.
El arranque del programa fue un tanto heterodoxo, pero adecuado para mostrar el potencial de una orquesta que destaca especialmente por su excelente sección de cuerdas graves. Gran decisión de Pappano trayendo a seis contrabajistas que supieron imprimir el peso rítmico y sostén armónico adecuados. Además de por el apoyo de los bajos, el Divertimento para cuerdas de Bartók destacó por la amplia gama de matices que el maestro supo imprimir a la obra. Gracias a ello consiguió hacernos mantener la atención por completo en un Molto Adagio complejo al que el maestro supo dar un sonido sin par.
Fue una pena que a esta maravilla de la composición le siguiera el Concierto para violín de Say. Es la primera vez que se escucha esta pieza en el Auditorio Nacional, y esperemos que también la última, ya que es puro juego tímbrico sin ningún fundamento musical. Este concierto es a la música lo que el decorado de Port Aventura a la arquitectura: queda bonito y, por supuesto que hay a quien le pueda gustar, pero no deja de ser pura fachada. Una bonita melodía popular adornada con percusión y algún crescendo al tutti orquestal. Poco más se puede decir.
La calidad de la obra, no obstante, no desmerece a los músicos. La percusión estuvo muy precisa en los muchos adornos de carácter orientalista. La interpretación de Kopatchinskaja fue llamativa. La violinista exageró demasiado los movimientos, probablemente para que pareciera que la obra esconde una complejidad que no existe; alimentando el viejo estereotipo de que el virtuosismo está en hacer la mayor cantidad de ruidos extraños en el menor tiempo posible –maldito Paganini–. En fin, al menos, quedó patente el compromiso de la violinista moldava con la música contemporánea, y es que, en la segunda propina, Kopatchinskaja nos brindó una breve obra que, si no escuché mal, es parte del repertorio del compositor español Jorge Sancho. De lo mejor de la noche.
En la segunda parte aguardaba una Sinfonía núm. 7 de Beethoven que no cumplió con lo esperado. La introducción Poco sostenuto fue dubitativa e inestable. Por suerte para Pappano, el tempo logró asentarse con la llegada del Vivace, en gran parte gracias a los bajos y al timbal. El maestro tomó una velocidad ligeramente superior a la habitual que dio una mayor impronta rítmica a la sinfonía, pero que pareció desbocada, especialmente con el attaca al segundo movimiento. El Allegretto estuvo excelente en cuanto a matices y acentos, pero un poco pobre en cuanto a musicalidad, eché en falta, por ejemplo, marcar más las entradas de la fuga. El Presto no tuvo nada destacable, lo que es especialmente grave teniendo en cuenta lo repetitivo que es. Eso sí, mereció la pena la entrada solo por escuchar el dúo de trompas que forman Timothy Jones y Angela Barnes, algo realmente prodigioso, además estuvieron reforzados –idea de Pappano, y bastante buena– por otras dos trompas en algunos tutti. En el Allegro final el maestro supo tirar de las riendas y no estuvo mal, destacando una vez más la precisión de los acentos, el manejo de los reguladores y el envidiable sonido del timbal.