La Orquesta Sinfónica de Galicia abrió la temporada con la presencia estelar de la carismática violinista Patricia Kopatchinskaja. El titular de la OSG, Dima Slobodeniouk, lanzó una propuesta muy alejada de lo que habitualmente se escucha en los conciertos inaugurales, pensada para satisfacer los gustos más exigentes: dos impactantes obras, separadas por apenas tres lustros, pero pertenecientes a contextos geográficos, musicales y sociales totalmente antagónicos; los que vivieron Arnold Schönberg en su exilio californiano y Shostakovich en la Rusia soviética.
Como es habitual, Kopatchinskaja se centró en repertorio infrecuente, decantándose por el Concierto op.36 de Arnold Schönberg. Una obra de escritura sofisticada y fascinante, pero de difícil escucha, incluso para oyentes avezados. No hay en ella dos compases consecutivos idénticos en tonalidad y ritmo, pero sin embargo se trata de música claramente enraizada en el importante pasado musical en el que Schönberg se formó y desarrolló, tal como muestra su estructura clásica en tres movimientos, el uso continuo de las cadencias y el amplio rango de registros y sensaciones que la música vehicula.
En una improvisada presentación de la obra, Dima Slobodeniouk esbozó la lógica del dodecafonismo para sucintamente concluir que iban a tocar la obra con corazón y alma, pidiendo al público que la escuchase con la misma actitud. La capacidad de Kopatchinskaja para aportar ese temperamento a esta música es indudable. Su interpretación, más allá de una perfección técnica abrumadora, emocionó por su carácter y personalidad, en un derroche de poesía y musicalidad. Los pasajes más danzables se veían enfatizados por su balanceo e incluso las cadencias -doble en el final-, con sus saltos vertiginosos, dobles y triples cuerdas, pizzicati en la mano izquierda, etc. abrieron al oyente a un mundo sonoro de lo más sugerente.
En lo sinfónico, Slobodeniouk y la orquesta dieron vida a las densas texturas orquestales, de forma plenamente convincente, sin abusar ni de la crispación ni de la ansiedad con la que a veces se acentúa el rupturismo de la obra. Es de destacar la lucidez de las cuerdas, tanto en los atisbos melódicos del Andante grazioso como en los intervalos más abruptos. Estuvo muy acertada igualmente la percusión, con la intervención decisiva de la caja en el final, siempre en un balance adecuado con la solista. La empatía de Kopatchinskaja con la orquesta se reflejó al invitar al concertino Massimo Spadano a que la acompañase en la propina, el Duo núm. 43, de Bartok.