Máxima expectación ante un atractivo y cohesionado programa de la Orquesta Sinfónica de Galicia centrado en repertorio británico de los siglos XX y XXI. No hay muchas ocasiones de disfrutar en vivo de la Sinfonía núm. 1 de William Walton, obra cumbre del eclecticismo británico, que captura la energía y el espíritu de su tiempo, y es una de las grandes sinfonías del siglo XX, tanto por la densidad y complejidad de instrumentación como por el enorme virtuosismo que demanda a la orquesta. La OSG bajo la batuta de Catherine Larsen-Maguire, mostró una vez más su solvencia, dando vida a una interpretación precisa y emotiva que hizo justicia a las densas texturas orquestales y a su profunda inspiración melódica.
Sin embargo, Larsen-Maguire fue menos exitosa a la hora de caracterizar el Allegro assai inicial, verdadero nudo gordiano de la sinfonía. La directora británica, aunque impecable en el manejo de los tempi, no logró equilibrar adecuadamente las diversas secciones de la orquesta. Estamos ante un auténtico concierto para orquesta, efervescente en su intrincado despliegue de texturas y diálogos entre secciones. Estos requieren un control preciso de los balances que nunca llegó a alcanzarse. El resultado fue una ausencia de claridad (la falta de concha acústica en el Palacio de la Ópera fue más dolorosa que nunca) y de tensión en las continuas circunvoluciones del discurso musical. Salvo el sutil poco meno mosso central, asistimos a un fortissimo continuo, que dejó poco margen para el contraste. Las principales víctimas fueron las cuerdas, con su endiablada escritura continuamente opacada, muy especialmente los segundos violines, protagonistas ya desde el arranque de la obra. Más que nunca una disposición antifonal hubiese sido imperiosa. Aunque los climáticos allargando fueron perfectamente construidos por Maguire, su dilatadísimo rallentando previo a la coda, fue otro anticlimático momento que, en vez de añadir drama a la interpretación, dejó una sensación de oportunidad perdida. Afortunadamente fue mucho más exitoso el resto de la interpretación, con un febril y preciso Presto con malizia y un sobrecogedor Andante con malinconia guiado por un exquisito pulso desde el podio. El Final destacó por la precisión en los ataques y una impecable articulación de las cuerdas y metales, todos abrumadores. El crescendo final fue potente y vigoroso, de la mano de los dos timbales, Fernando Llopis y José Trigueros, manteniendo Maguire la intensidad sin sacrificar un ápice la precisión rítmica y tonal.