En un final de temporada de la Sinfónica de Galicia decididamente protagonizado por el piano solista, a los jóvenes y pujantes Beatrice Rana, Roberto Prosseda y Khatia Buniatishvili, se sumó la presencia de una leyenda viva del piano, Ivo Pogorelić. Desde su retorno a los escenarios, hace algo más de una década, sus apariciones como concertista -no tanto en recitales- se cuentan cada año con los dedos de la mano. Pero en este caso su interpretación se ha podido disfrutar por partida triple pues Pogorelić ha sido la estrella invitada de una minigira que ha llevado a la OSG al Auditorio Nacional y al Auditorio de Alicante.
El Segundo concierto de Rachmaninov es la partitura que el pianista croata ha elegido para su atril y, ciertamente, nunca mejor dicho, pues fiel a su costumbre en esta nueva etapa, Pogorelić interpretó con partitura y la presencia de una pasante de página. Se podría considerar esta actitud -a todas luces innecesaria- parte de la retórica provocadora que rodea a este genio del piano desde su descubrimiento a finales de los setenta. Si en aquel momento se trató de una reacción de rebeldía frente al culto desmesurado que el marketing, la crítica y el público otorgaban a los divos del piano, en la actualidad Ivo trasmite la impresión de haberse pasado al otro bando. El divismo es la única forma de enfrentaprse y afirmarse en un panorama sembrado de incontables pianistas que triunfan no por la musicalidad y la personalidad de sus interpretaciones, sino por una perfección tan milagrosa como estéril.
Viendo el fervor y el silencio con el que el público que abarrotaba el Palacio de la Ópera siguió una peculiar interpretación, rebosante de licencias, por no decir excentricidades, y asimismo el entusiasmo con el que al terminar la misma aplaudió durante cinco minutos al artista -aun a sabiendas de que no tocaría ninguna propina pues su primer gesto tras levantarse fue colocar la banqueta bajo el teclado- hay que reconocer que su estrategia triunfó plenamente. La introducción del concierto, en el sombrío viaje de ocho compases “poco a poco crescendo” desde el pianissimo al fortissimo, las licencias con las que abordó las dinámicas de cada acorde eran desafiantes. Toda la interpretación fue una paradoja continua: pasajes lentos estirados hasta lo imposible, rápidos tocados de forma vertiginosa, legatos metamorfoseados en staccatos, etc. Esta fue la tónica de una provocadora interpretación. Y sin embargo, en cada acorde, escala, arpegio que salía de los dedos y de la cabeza de Pogorelić -siempre absorta en la partitura de forma monolítica- la huella del genio estaba presente. Un sonido prodigioso, lleno de vida y calor y una paleta de colores absolutamente sublime.