Vuelve a llegar el momento del año en el que se inaugura la nueva temporada de Ibermúsica. La longevidad del proyecto, que ya casi alcanza el medio siglo, invita a reflexionar sobre los modelos de gestión para la difusión de la llamada «música culta». Es incontestable que una promotora de conciertos con cuarenta y nueve temporadas en su haber ha logrado la buena respuesta del público, fidelizado, en no poca medida, por una programación de calidad, tanto en lo relativo al repertorio como en lo concerniente a los intérpretes encargados de desgranar las obras seleccionadas. En este sentido, el programa de anoche puede ofrecer un corolario aproximado de los factores que operan en la fórmula del éxito: una de las mejores formaciones orquestales del mundo -la London Symphony Orchestra-, uno de los más talentosos solistas contemporáneos -el pianista ruso Denis Kozhukhin, ganador, entre otros galardones, del Primer Premio del Concurso Reina Elisabeth de Bruselas-, uno de los directores y violinistas más destacados de nuestra época -Szeps-Znaider, colaborador habitual de instituciones como la Orquesta del Teatro Mariinski o la Staatskapelle Dresden- y un repertorio canónico -el celebrado Concierto para piano núm. 1, de Tchaikovsky, y una selección de números del poema sinfónico Má Vlast, de B. Smetana-.
Sin embargo, el concierto de apertura de la Serie Barbieri fue irregular, no exento de logros interpretativos, pero atravesado por una serie de altibajos que deslucieron el resultado final. En primer lugar, conviene advertir que la lectura de trabajos tan habituales como el Concierto para piano núm. 1, de Tchaikovsky oscila entre la fiabilidad que otorgan las partituras consagradas y la exigencia que tal tesitura, por su propio predicamento, requiere de los ejecutantes, que indefectiblemente han de medirse con una preconcepción idealizada. Y esta premisa cabe extenderla a los músicos y agrupaciones de renombre, precedidos por una fama justamente fraguada. La exégesis de Szeps-Znaider, Kozhukhin y la LSO fue correcta, especialmente meritoria en el segundo movimiento, Andantino semplice: el virtuoso ruso hiló un discurso delicado, frágil, imprimiendo un carácter activo a la línea melódica y encontrando en bajos y, especialmente, maderas la respuesta precisa.